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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Por la vida?

EL PAPA Juan Pablo II ha dedicado gran parte de su último viaje a EE UU a transmitir un insistente mensaje de condena del aborto y la eutanasia. Principalmente cuando se dirigió a los jóvenes en la concentración de Denver. El tema central de sus discursos y alocuciones en tierras norteamericanas ha sido la "batalla de la vida contra la cultura de la muerte", con críticas muy duras a las tendencias de mayor tolerancia y permisividad que se desarrollan en la Iglesia católica de EE UU, y muy especialmente con un ataque brutal contra el aborto y la eutanasia,, considerados por él como los fenómenos más negativos de la civilización contemporánea. En su discurso, en el parque de Cherry Creek de Denver, llamó a los jóvenes a combatir "las formas sociales, legales e institucionales que justifican hoy los crímenes más horribles: el genocidio, las operaciones de purificación étnica y, lo peor, el hecho de quitar la vida a seres humanos antes de su nacimiento o en la etapa final de su vida".Ya el hecho de comparar el genocidio o las matanzas de la depuración étnica en Bosnia con el aborto y la eutanasia es algo que causa sorpresa. Pero aún más que el Papa enfatice como lo peor unas realidades que son legales en la mayor parte de los países europeos y en Estados Unidos, incluso en muchas naciones con una antiquísima cultura católica. El tema del aborto y el de la eutanasia (mucho más restringida esta última en su ámbito de aceptación legislativa) son discutidos hoy en los medios científicos y sociales con una gran variedad de criterios, y en general con un creciente clima de tolerancia entre las personas que tienen a ese respecto opiniones diferentes. Entrar en ese debate con una condena dogmática y apriorística, y estableciendo de entrada la comparación con el genocidio y la depuración étnica, pone de relieve la incapacidad del Papa (y de la cúpula vaticana) para sintonizar con aspectos esenciales de la cultura contemporánea. Dentro de la Iglesia, y sobre todo en un país como EE UU, hay una variedad de posiciones sobre estos temas que no parece en modo alguno disminuir como consecuencia de las advertencias papales.

Otro motivo de sorpresa que suscita la estancia del Papa en EE UU, aun dentro del ámbito de la "batalla por la vida", es el hecho de que no haya dicho ni palabra sobre algo que suscita en el mundo una gran preocupación entre los defensores de los derechos humanos: la creciente aplicación de la pena de muerte en numerosos Estados de la Unión y el propósito de la actual Administración norteamericana de extender su aplicación. Amnistía Internacional ha dirigido una comunicación a las autoridades norteamericanas pidiendo que cesen las ejecuciones, y particularmente en algunos casos de jóvenes. Pero el presidente Clinton va por otro camino: en el programa que presentó el 11 de agosto para reforzar la lucha contra la criminalidad pidió que se ampliase la aplicación de la pena capital, concretamente en 50 delitos que ahora no la prevén. Y que se reduzcan los recursos de que disponen los condenados a muerte para evitar su ejecución. Tal actitud, que choca con la imagen progresista que Clinton ha ofrecido en otros aspectos de su política, indica un retroceso brutal dentro de una tendencia que se ha desarrollado desde la II Guerra Mundial a considerar la pena de muerte como impropia de una sociedad civilizada. En Europa ha sido abolida en la mayoría de los países.

El silencio del Papa sobre el debate que esa actitud ha suscitado entre las personas comprometidas en la defensa de los derechos humanos es indicativo de una falta de sensibilidad que contrasta con sus obsesiones apocalípticas sobre el aborto.

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