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Defendámonos en Bosnia

Tanto se ha escrito ya, tanto se está escribiendo sobre el conflicto en los Balcanes, que me lo he pensado varias veces antes de coger la pluma, en un gesto que siempre me parece un poco arrogante, para añadirme por escrito y en primera persona a la larga fila de aquellos que, desde distintas posiciones y, actitudes, han venido bombardeando a la opinión pública con análisis y, comentarios sobre la aterradora realidad que se desarrolla ante nosotros en esa región del mundo.Quizá el haber invertido en esa guerra maldita tanto esfuerzo, tanta frustración, tanto riesgo; el haber sentido, intuido, analizado, denunciado por tantos meses lo que se preparaba y lo que pasaba, los horrores y la barbarie que nadie parecía capaz de controlar o frenar, me hacen testigo privilegiado, testigo de cargo, de una dé las. más lamentables y peligrosas páginas de nuestra historia contemporánea que se sigue escribiendo ante nuestros ojos por auténticos criminales de guerra y ante la que pareciéramos conformamos, a nivel internacional, con expresar nuestro disgusto por el texto, con hacerle algunas correcciones de estilo, o simplemente con no leerla.

La brutal realidad y las implicaciones de esta guerra, cuyo objetivo y esencia son la matanza y la expulsión masiva de poblaciones enteras, para, violando cuanta norma nos hemos ocupado de establecer durante decenios, garantizarse el control de territorios étnicamente puros por la fuerza, no parecen estar siendo comprendidas por aquellos que debieran actuar y poner freno a lo que puede ser sólo el principio de una tragedia mucho mayor, con implicaciones y salpicaduras que sí forzarán (por razones estratégicas) a actuar a los que hoy "ganan tiempo" pensando que pueden contener la catástrofe en los límites de Bosnia-Herzegovina y de Croacia.

Esta miopía (por calificarla de manera extremadamente benigna) que no considera suficiente la muerte de decenas de miles de personas, los centenares de miles que, estando atrapados, continúan siendo atacados y bombardeados día tras día, ni los millones de refugiados y desplazados que ha creado el conflicto, como razones suficientes para actuar de manera más decidida, recuerda demasiado a los que pensaban que con Hitler se podía dialogar y que sólo era un peligro para los judíos... o quizá para sus más inmediatos vecinos.

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Se ha tratado de responder a la enorme tragedia humanitaria de Bosnia-Herzegovina con medios humanitarios: yo fui el encargado de diseñar y poner en práctica la estrategia de esa operación coordinada por el ACNUR, que es la más grande y compleja y, quizá, la más costosa de la historia. Pero tuvimos que ser nosotros los que, lejos de toda pretensión, anunciáramos desde mayo del 92 y repitiéramos hasta la saciedad que no había solución humanitaria a esta tragedia; los límites de nuestra acción, operando contracorriente, en una guerra abierta y de estas caraterísticas, se hicieron evidentes desde el principio mismo del conflicto.

Hemos sido, sin embargo, con el apoyo de los cascos azules, la única acción práctica, concreta y sostenida de la comunidad internacional en estos 16 meses de guerra en los que la distancia esquizofrénica entre la realidad y las mesas de negociación, y por tanto entre lo que nosotros veíamos y denunciábamos y lo que parecían ver políticos y negociadores, se profundizaba cada día a golpe de cañón, mortero, cadáveres y conquistas territoriales.

Se nos ha elogiado muchas veces por salvar la vida de centenares de miles de víctimas, particularmente durante el largo y duro invierno, en condiciones imposibles. El ser humanitarios no nos convierte necesariamente en santos inocentes o en operarios silenciosos de una no estrategia de solución del conflicto. Hemos llorado demasiadas veces con las víctimas, que sabían, como lo sabíamos nosotros, que sobrevivir hoy no les garantizaba la esperanza de un futuro de justicia y de derechos humanos, ni siquiera la esperanza de un futuro. Así lo hemos ido denunciando y así ha ido sucediendo, como si fuéramos los autores de la crónica de una muerte anunciada que no pudieran cambiar el texto de la obra.

Y así, día tras día, hemos ido contando en civiles muertos, heridos, desplazados, atrapados, hambrientos, la escalofriante escalada del horror, las tácticas aborrecibles aplicadas en nombre de una estrategia clara, conocida, anticipada de conquista territorial y de limpieza étnica ejercida por los que con sus planes de expansión (sobre todo por Serbia, pero también por Croacia) han asesinado ese proyecto nonato, pero reconocido internacionalmente, que se llamaba Bosnia-Herzegovina.

Remontarse hoy a analizar si había o no que reconocer a Croacia y Eslovenia, si había que reconocer a Bosnia-Herzegovina, es ya tarea de analistas del paado. La cuestión dramática es que lo hicimos, para abandonar después a su suerte a los ciudadanos de esta última república, a los que ni defendimos ni dejamos defenderse, convenciéndoles, una y otra vez, de que sí íbamos a hacerlo. La desesperación y la frustración que reflejan las últimas acciones de algunas fuerzas bosnias en zonas de Bosnia central y Herzegovina, en las que aplican métodos similares a los de sus enemigos para garantizarse el control de territorios, son la consecuencia directa de su falta total de credibilidad en una comunidad internacional que sienten que les ha traicionado. Son acciones desesperadas, suicidas, que van a permitir a los hipócritas considerar que "todos son iguales", lográndose así una perfecta justificación para la inacción.

He visto y vivido el proceso de desconfianza creciente, de angustia, de desesperación de los bosnios en estos meses de derrotas reales y de inútiles victorias diplomáticas. Ellos también entendieron y sufrieron la distancia creciente entre las palabras y los hechos. He visto cómo se destruía a golpes el proyecto de convivencia de las distintas comunidades por unos líderes políticos a los que no les importan en absoluto ni los principios, ni las formas, ni sus propios pueblos (no digamos los otros).

Creo que habría que recalcar dos o tres _afirmaciones que ya he hecho en distintas ocasiones, pero que vale la pena repetir.

1. Los seres humanos de Bosnia-Herzegovina no estaban condenados a matarse. Habían encontrado fórmulas de convivencia que, desde la vecindad al matrimonio, podían pervivir en un proyecto de futuro.

2. Al pasado les llevaron los que, desde el poder, decidieron quedarse en él, pasando con espantosa facilidad de la manipulación estalinista a la manipulación nacionalista, usando cuanto miedo, odio y duda podía haber entre los pueblos que habitan Bosnia-Herzegovina. El gran error de la comunidad internacional ha sido y es creer que puede pararse la guerra mientras ellos estén en sus confortables posiciones de poder.

3. La guerra podía haberse evitado, parado, frenado o, al límite, limitado, si hubiera existido (si existiese) la conciencia clara de su trascendencia, si existiera la voluntad política, los medios y la decisión para contrarrestar, revertir la lógica de los criminales con la lógica de los principios, sin enumerarlos simplemente, como si su enumeración pudiera asustar a los que se saben de memoria los principios y las debilidades de los que los enumeran para violarlos de forma sistemática como estrategia de conquista.

Sólo un milagro puede salvar a Bosnia-Herzegovina, puede salvar a sus pueblos. Y estamos flacos de milagros. Si no, su con dena será la de sus vecinos y, des pués, la de todos los que tiraron la toalla antes del primer round o, lo que es peor, los que quizá perseguían fines inconfesables: que los dioses les perdonen y la historia les condene.

José María Mendiluce es ex delegado del ACNUR en la antigua Yugoslavia.

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