El viudo
A los seis meses de abandonar el tabaco y sustituir el café por té con menta, llegó la regulación y se fue al paro. A poco de estar en el paro, soñó una noche que fumaba. Fue un sueño en blanco y negro, como el humo de los cigarrillos. Por la mañana tenía la boca seca y un punto de tristeza en el pecho: de súbito se había dado cuenta de que estaba viudo de sí mismo, pero se había sentido tan fuerte desde que aban-, donara aquellos hábitos perniciosos para la salud que no había dejado espacio para el duelo.Pero esa mañana, mientras la vida se ponía en movimiento alrededor de su paro, lamentaba la desaparición de aquel sujeto como la de uno de esos seres queridos con los que, sin embargo, no te llevas bien. Salió a la calle, entró en una cafetería, se sentó en la barra y notó cómo el muerto que llevaba dentro estiraba los brazos, se incorporaba sobre el ataúd de carne en el que había permanecido durante medio año y, con voz lúgubre, pedía un café solo, muy cargado, y un paquete de tabaco de su marca preferida. Saboreó en el paladar la mezcla de líquido negro y humo, y luego dejó que aquél se fuera hacia el estómago y éste hacia los pulmones. Había estado mucho tiempo solo y el reencuentro casi le hace llorar de gratitud.
Volvió a su casa con el periódico debajo del brazo y el tabaco en el bolsillo. Abrió el periódico por los anuncios por palabras y encendió otro cigarro. La nicotina y la felicidad le habían mareado un poco y las ofertas de empleo bailaban tropezando contra las cajas de las esquelas. Se preguntó qué clase de desvarío le había hecho entregarse al té como un inglés mientras dejaba de fumar como un americano, y soñó para sus a dentros que volvían a ponerse de moda el Celta y el Bisonte, al menos hasta que al país le diera otro ataque de riqueza.
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