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Diálogo del gesticulador y del impávido

Debe de ser -tiene sobre el papel todos los ingredientes para serlo- un divertido espectáculo el que puede contemplarse en un mano a mano- entre Clint Eastwood y John Malkovich, ejerciendo el juego de apoderarse de una pantalla que comparten, a ver quien finalmente se hace el amo de ella.Malkovich es un intérprete formado entre las maturrangas de las ratas de escenario, en los laboratorios teatrales de Chicago, y tiende a expresarse mediante tacadas de articulaciones de muecas: es en realidad un gesticulador nato, ingénito, superdotado y de esos que desorbitan, tuercen y retuercen los ojos, y juegan con mil artimañas combinadas siempre de dentro hacia fuera, con energía expansiva: gente que se desenvuelve como el pez en el agua en los interiores de estudio y en los tránsitos de la media luz a la penumbra.

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Eastwood por el contrario es un intérprete isla, formado en otras maturrangas menos intelectuales y de distinta ciencia que las de los laboratorios de afinaniento técnico de los actores: la de los rodajes a pelo y al aire libre, con los ojos casi cerrados, para poder así aguantar y protegerse de la presión cegadora del sol abierto y de una batería adicional de focos igualmente abiertos. Juega por tanto con una energía interpretativa replegada sobre sí misma y que se manifiesta y mueve de fuera hacia dentro, como la de las esponjas: su eje es la quietud y la inexpresividad como signo expresivo, el signo del impávido.

El acoplamiento entre estos dos antípodas puede ser una, de esas inolvidables paradojas vivientes que de tarde en tarde nos da el cine y que se pegan como lapas a la memoria. Recordemos otros mano a mano de esta formidable especie: el choque -incomprensiblemente armonioso- entre la exuberancia gestual de Jack Lemmon y la sequía de la jeta de tortuga de Walter Matthau en Primera página; el irónico dúo entre el movimiento de la cara de lagartija de Walter Brennan y la ecomomía de muecas de la máscara de palo tallado a hachazos tras la que se escondía Humphrey Bogart en Tener y no tener; el encuentro tempestuoso en Tempestad sobre Washington entre el huracán desatado de Charles Laughton y la mar en calma de la mirada de Henry Fonda.

Y muchos más -Paul Newman y Jackie Gleason en El buscavidas; Burt Lancaster y Gary Cooper en Veracruz; James Cagney y Steve Cochran en Al rojo vivo; John Garfield y Spencer Tracy en La vida es así; Lee Marvin y Robert Ryan en Los profesionales; Gene Hackman y otra vez Clint Eastwod en Sin perdón- casos de una larga colección de perfectos acoplamientos entre contrarios, a la que Eastwood y Malkovich pueden aportar ahora, si están a la altura de sí mismos, un capítulo inédito de una de las canteras más fértiles y serias de que se alimenta el cine.

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