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El Jaguar de Mohedano lo he pagado yo

Juan José Millás

Qué vida, llevo años oyendo hablar del Jaguar de Mohedano y ahora resulta que se lo había pagado yo; no todo, que un Jaguar entero se pone en un pico, pero seguro que uno de los faros o algunos de los detalles pijos del salpicadero se pagó con la pasta que le di a Pinto Fontán, o a Fonto Pintán, que ya no sé cómo se llama ese señor, a cambio de un piso, del que huí a los seis meses, en Móstoles. Fue hacia el 73; yo era muy joven y me hacía ilusión tener un piso propio, qué tontería. El caso es que anunciaban unos de Proconfort que quedaban a 10 minutos de la Puerta del Sol, en Móstoles. Me lo creí, así que cogí mis ahorros y le compré al señor Pómez Ginto una de las infraviviendas de Villa Fontana.En aquellos años, desde Aluche hasta Móstoles, pasando por el Parque de Lisboa, Alcorcón y otros nombres que no recuerdo, el paisaje estaba constituido por una inmensa ciudad dormitorio, cuyo único acceso a Madrid era la carretera de Extremadura. Los 10 minutos desde la Puerta del Sol se convirtieron en horas de humillante desesperación proletaria a bordo de un R-8 de segunda mano cuyos manguitos estallaban cada dos por tres. En el cruce de Alcorcón se organizaban colas de varios kilómetros y situaciones que a mí me recordaban aquel cuento fantástico de Cortázar titulado, creo, La autopista del Sur; yo siempre he intentado literaturizar la angustia. Gracias a eso he ido tirando. Recuerdo a un sujeto que debió de hacerse millonario vendiendo bombones helados en aquel cruce eterno.

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Una mañana, cuando salía a trabajar, el portal de mi bloque, que tenía la forma de un foso cuadrado, amaneció inundado de agua. Para alcanzar la calle tenías que mojarte hasta las rodillas, y no era plan. Y es que en aquel edificio las calderas estallaban cada dos por tres, como los manguitos de mi coche, y las puertas no cerraban, y el ascensor te dejaba tirado en pisos que no eran tuyos, por cuyas puertas se asomaban cabezas más desesperadas que la mía. Tuvieron que rescatamos los bomberos, y mientras nos rescataban hacían comentarios jocosos sobre el lujo redondo y cosas así. Fue todo muy humillante.

Ese día decidí vender mi piso, aunque tuviera que perder dinero, y lo perdí, claro. Me lo compré alguien más necesitado que yo por menos de lo que me había costado, y es algo que todavía llevo en la conciencia, porque no le advertí del disparate que estaba haciendo. Era un señor bajito, muy buena persona, que me recordaba a mi padre, y que se hacía la ilusión de que en su seiscientos, más viejo que mi R-8, se podía viajar todos los días de Móstoles a Madrid pasando por Alcorcón. Por cierto, que cuando fuimos a hacer la transferencia, por la cosa de las letras pendientes, me parece que Proconfort ya no se llamaba Proconfort.

Lo que no sé es si Mohedano se ha llamado siempre Mohedano; el caso es que, cada vez que pienso que ha estado ligando por ahí con peleteras ricas gracias a un Jaguar que le compré yo, se me ocurre que por lo menos podía haberme dado una vuelta, que nunca he montado en un Jaguar y me hace ilusión, como lo de tener un piso propio y un mayordomo polaco antiinflamable. Al fin y al cabo, los dos somos de izquierdas.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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