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Crítica:JAZZ: FESTIVAL DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Triunfó la vanguardia

El espíritu contagioso de la Kitting Factory se apoderó del Festival de Vitoria. La bomba Thomas Chapín estalló en el Jazz del Siglo XXI haciendo tambalear algunas de las estructuras jazzísticas que otros se empeñan en pasar por contemporáneas.Tras la descarga de energía en estado puro que significó el concierto de Thomas Chapín en el Aula de Cultura, todo lo que sucedió después en Mendizorroza simplemente sonó a cosa conocida, Incluso a conservadurismo jazzístico, y no es eso, precisamente, el calificativo que habitualmente se aplicaría a tipos como John Scofíeld, Path Metheny, Billy Higgins o Joe Lovano o a un concierto como el que ofrecieron.

Lo cierto es que las 200 personas que habían sucumbido ante la música de Thomas Chapin por la tarde difícilmente pudieron, en cuestión de un par de horas, sacarse esa impresión de la cabeza y concentrarse con las dos actuaciones que se sucedieron en el polideportivo de Mendizorroza a la vez. Conciertos musicalmente irrefutables y que miran al futuro de forma extravertida pero alejados de la galaxia en la que habita Thomas Chapín.

Chapin, Metheny y Scofield

Thomas Chapín Trío. Aula de Cultura Áraba. Path Metheny Special Quartet y John Scofield Quartet. Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 16 de julio.

En la Kitting Factory neoyorquina se está gestando una buena, parte del futuro no sólo jazzístico, sino de toda la música improvisada, esa parte que apunta hacia la vanguardia y la experimentación y que centra su trabajo en la búsqueda constante de nuevas sonoridades y nuevas sensaciones.

Chapin es uno de los máximos representantes de esa escudería. Acompañado por un histórico, del moviemnto, el contrabajista Mario Pavone, y por un joven y sorprendente batería, Mike Serin, el que fuera director musical de Lionel Hampton en los primeros ochenta demostró lo mucho y muy rápido que ha evolucionado desde entonces, asimilando en su valiente camino todo tipo de influencias.

Música cambiante, agresiva y estremecedora, que basa su fuerza en la sinceridad, en la energía que los tres músicos son capaces de destilar. Música como un punch directo al estómago, tras el cual le es imposible a uno reaccionar. Indudablemente la propuesta jazzística más rompedora que ha pasado nunca por este festival. Es difícil pensar que todos los que llenaban la sala conocieran perfectamente a Thomas Chapín o a la Kitting Factory, pero lo cierto es que nadie abandonó el local a pesar de la dificultad agresiva de la propuesta. Al final los aplausos corroboraron un éxito no anunciado pero satisfactorio, real y tangible.

Por la noche Mendizorroza se abarrotó; la sola presencia de Path Metheny ya llenaría cualquier local en la capital alavesa, en la que parece tener un especial atractivo (en especial entre las mujeres). En la primera parte, Path Metheny presentó su nueva aventura jazzística; en la segunda, John Scofield mostró la brillante continuidad de su cuarteto estable y, como guinda, ambos guitarristas se encontraron en un improvisado Bag's groove que pasará a la historia sentimental del certamen, aunque musicalmente su interés fue mínimo, salvo ver a dos superestrellas de la guitarra compartiendo amigablemente un estándar entrañable.

Lo mejor y lo enrevesado

Si hubiera que meter los dos conciertos en un mismo saco, lo primero reseñable sería la diferencia conceptual existente entre ambos. El de Metheny es un grupo de cuatro soberbios instrumentistas sonando cada uno con su propia fuerza, el de Scofield es un auténtico cuarteto sonando unitariamente con un fin único.El nuevo grupo de Metheny reúne a tres generaciones de jazzmen, desde el veterano Billy Higgins (que tiene casi 60 años) hasta los jovencísimos Joshua Redman o Christian McBride. Tres generaciones (Metheny cuenta con 39 años) alrededor de una música atemporal en la que, curiosamente, los dos elementos más jóvenes son precisamente los que cargan con el peso de la tradición, mientras que Higgins y Metheny no tienen ningún miedo a introducirse en territorios más libres y más arriesgados.

Metheny volvió a demostrar su habilidad instrumental, el poderío de un toque que tiene un auténtico duende, se mueva en el contexto en el que se mueva. Por su parte John Scofield planteó su concierto de forma muy diferente, mostrando las inmensas posibilidades de un grupo rodado. Lo mejor de su actuación fueron las paráfrasis de hard bop contemporáneo al unísono entre su guitarra y el saxo tenor de Joe Lovano, inapelables.

En el momento de los solos la cosa ya discurrió de forma más desigual. John Scofield mezcló lo mejor con lo más enrevesado, como es su costumbre y en diversas ocasiones su mente pareció ir más rápida que sus manos y entonces fue dificil seguirle.

Todo lo contrario que Lovano, que evidenció no sólo esa sonoridad rotunda que ya se le conoce, sino también una excitante capacidad para hilvanar ideas y cambiar de clima con pasmosa facilidad. Los que ven en él a uno de los mejores saxos de la actualidad y con mayor proyección de futuro no se quivocan.

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