La Scala estrena un magistral 'Falstaff' con Muti, Strehler y Pons
Una noche mágica, en el escenario y en la sala. Falstaff volvía, 100 años después, al teatro donde nació. Era el lunes, Día Europeo de la Música y la Scala de Milán lució sus mejores galas: dirigía Riccardo Muti, volvía a verse una puesta en escena de Giorgio Strehler, actuaba el barítono menorquín Juan Pons, que se ha convertido, sin duda, en el Falstaff por excelencia.
La función del día 21 de junio, día de la premiére, estuvo dedicada a Antonioni: "Il Teatro alla Scala con l'incanto e la bellezza di Falstaff saluta Michelangelo Antonioni, poeta del silenzio, della luce e della notte", decía la dedicatoria del programa de mano. Y ahí estaba, en el palco real, con su mujer Enrica, el director de La aventura y La noche, del que algunos reniegan ahora, pero que marcó con su pensamiento y sensibilidad a una generación de espectadores. Feliz y audaz idea: combinar Falstaff y Antonioni.La dirección escénica de Giorgio Strehler, con escenografía y figurines de Ezio Frigerio, rezumaba belleza y sabiduría teatral. El Juego de luces y sombras, de claroscuros y contraluces, de poesía y humanismo desbordaba calor, amor por los personajes. Algo flotaba en la atmósfera parecido al ambiente de Le baruffe chiozzotte de Goldoni, vista en Sevilla y Madrid hace unos meses, y así se le dijo al maestro al terminar la representación. "Es que es lo mismo: el latir del teatro, el latir de la vida", respondió. Strehler estaba radiante. Reaparecía en Milán tras sus conflictos del Piccolo y el público premió su trabajo con una ovación atronadora.
Era la primera vez que Riccardo Muti dirigía Falstaff, una obra en la que suelen estrellarse muchos directores de orquesta. No está tan lejos el patinazo de Giulini en Los Ángeles y Londres, por poner un ejemplo. Muti huyó de la exhibición orquestal y se recreó en un planteamiento puntilloso, intimista, perfeccionista, casi camerístico, transparente, luminoso y profundo. Su versión fue magistral. Mimó hasta la caricia los acompañamientos instrumentales: la dulzura de la madera en la lectura de la carta del acto primero, la calidez del acuerdo en los dúos Fenton-Nannetta; la efervescencia de las escenas de conjunto. "Verdi no quería representar Falstaff en la Scala. Es una sala demasiado grande para esta obra. Sin embargo, parece que se ha podido crear un ambiente mágico", dijo Muti en el segundo entreacto.
Cantó Juan Pons el personaje protagonista. Pons ha sido el Falstaff de los ochenta, y al paso que va puede seguir manteniendo la primacía en este papel durante años. El barítono menorquín infunde al genial gordinflón una mezcla de vitalidad, lucidez, inteligencia, bondad y lirismo que lo hace atractivo en grado sumo. El resto del reparto -Bernadette Manca di Nisa, Daniella Dessi, Ramón Vargas...- cumplió con discreción y entusiasmo.
"Bello, muy bello", repetía una y otra vez el gran pianista Maurizio Pollini al concluir la velada. Verdaderamente se intuye la belleza muy cerca, casi al alcance de la mano. El Falstaff de Muti-Strehler-Pons es una invitación al reencuentro con la mejor música y el mejor teatro. Como ha escrito Alberto Zedda, "han tenido que transcurrir dos siglos y medio desde L'Incoronazione de Poppea de Monteverdi hasta el Falstaff de Verdi para volver a encontrar la fusión perfecta de música y poesía, anulando la antítesis palabra-sonido". Y es que, efectivamente, pocas músicas respiran por todos sus poros una poesía tan llena de fe y confianza en el ser humano.
Babelia
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