Sin dolor ni angustia
El movimiento 'hospice' atiende a los enfermos terminales en EE UU
Es un edificio residencial de una sola planta que sólo llama la atención por su situación junto a un aparcamiento de varios pisos adyacente al mastodóntico hospital metodista Riverside, una referencia inadvertida para el no avisado. Es la casa Kobacker, en Columbus, la capital del estado de Ohio, dirigida por Warren L. Wheeler, médico y uno de los pioneros del movimiento hospice (hospicio) en EE UU. Aquí pasan sus últimas semanas enfermos terminales, de cáncer, de sida o con problemas cardiovasculares, en un ambiente casi hogareño, bajo la filosofía de evitarles el dolor y paliar su angustia ante la muerte.
La casa Kobacker es una muestra de que ayudar a morir exige tanta profesionalidad como la medicina tradicional que ayuda a vivir. Es lo que sostienen profesionales sanitarios como Wheeler, especialista en oncología, que reivindican el papel de los cuidados paliativos en una sociedad que ha cambiado, porque ahora en muchos casos se puede predecir el plazo en que se producirá la muerte y que ésta ira acompañada de dolor.Detrás de una fachada de residencia u hotel hay una organización basada en conocimientos médicos, que aplica pautas, protocolos y medidas asépticas igual que en un hospital, formada por un director médico, una directora gerente, personal administrativo y personal sanitario, además de especialistas en psicología, asistencia social, dietética y otras materias. También hay mucha ayuda externa en forma de voluntarios (hasta 200), que colaboran acompañando a los enfermos -el paciente más joven ha sido un bebé de tres meses- u organizando las múltiples fiestas que forman parte de la corta vida de cada paciente en la casa.
Sin máquinas
El tráfico de ingresos desde el hospital metodista hasta la casa es constante, pero a la inversa es muy raro. El objetivo es que el enfermo muera con dignidad, sin dolor y sin estar atado a máquinas. Otra cosa son los partidarios de ayudar a morir, de la eutanasia. Wheeler es tajante: "Nunca un enfermo bajo mi cuidado me ha pedido que le mate. Los que piden eso es porque es tán desesperados, por el dolor y la angustia. Nuestro conocimiento del efecto, dosis y formas de administración de las drogas ha mejorado mucho en los últimos 15 años. Ahora podemos eliminar el dolor en prácticamente todos los casos sin efectos secundarios graves, pero todavía hay muchos prejuicios sobre el uso de opiáceos".En la casa Kobacker los salones son amplios, pero sólo dispone de nueve habitaciones para enfermos internos, casos difíciles o sin familia o que ingresan temporalmente para dar un respiro a la familia. Gran parte de la actividad del programa hospice se hace a domicilio, enseñando a los familiares a hacerse cargo del enfermo hasta su muerte, no solo física sino también psicológicamente. Otros enfermos van a pasar el día al hospice. En el salón principal, amueblado con estilo rústico americano, algunos pacientes entre 40 y 60 años juegan a las cartas o ven la televisión. Están tranquilos y acompañados pero la mayoría tiene la huella de la muerte en el rostro.
Una cocina junto al salón principal permite a familiares y amigos de los pacientes prepararles su comida preferida. Hay una peluquería destinada a ellos y una bañera de hidromasaje, algo que los enfermos que deben permanecer acostados agradecen enormemente. Las puertas son muy anchas, para poder trasladar camas de un sitio a otro y sacarlas al pequeño jardín que rodea la casa.
Los enfermos internos suelen rodearse de objetos personales. En una de las habitaciones ocupadas llama la atención una gran colección de muñecos de peluche y una primorosa cesta llena de frascos de esmalte de uñas de diversos colores. Los detalles son importantes en esta filosofía. Cuando un enfermo muere se pone una rosa roja sobre su cama y la habitación queda sin ocupar al menos 24 horas.
A cualquier hora
"Cada persona se prepara para la muerte a su manera y fomentamos la presencia de familiares y amigos, que pueden entrar y salir de, la casa a cualquier hora. Si necesitan auxilio espiritual, lo tienen; si no quieren hablar de la muerte, lo respetamos", señala la directora de la casa, Judith Lebanowski, una mujer joven que parece encarar su peculiar trabajo con tranquilidad y profesionalidad. Pero la procesión va por dentro, al menos en el caso del personal sanitario, al que siempre termina por afectar el continuo trató con la muerte. Tratamiento psicológico, que también se ofrece a los pacientes, y rotación en las tareas son algunas de las medidas que se toman. No hay escasez de aspirantes a trabajar en la casa Kobacker. "Ahora hay profesionales que eligen este trabajo como podrían elegir otro. Entre los médicos, el cambio se da más lentamente. La educación los prepara para curar, no para ayudar a morir" afirma Wheeler.El hospice se financia con subvenciones públicas estatales y locales, y también con donaciones, especialmente las procedentes de familiares agradecidos de los fallecidos. Parte de la ayuda procede de una compañía farmaceútica local, Laboratorios Roxane, especializada en cuidados paliativos, que utiliza en cierto modo el hospice como campo de pruebas para identificar necesidades en este área. Económicamente es un buen negocio para el estado y para las compañías de seguros sanitarios, porque una cama a domicilio o en la casa Kobacker resulta mucho mas barata que una cama de hospital. Los ingresos permiten acoger incluso a pacientes sin seguro ni dinero.
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