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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apuesta por el futuro

Película a película, con la tenacidad requerida por quien se propone construir una filmografía de interés siempre en aumento, Bertrand Tavernier ha consolidado un prestigio y un éxito de público que hacen de él el más atípico de los realizadores franceses. Ni autor en sentido nouvelvaguista, ni director popular a la Yves Allegret o a la Autant-Lara, por poner ejemplos extremos, el lionés ha sido capaz, desde su espléndido primer filme, El relojero de Saint Paul, de aunar ambas tradiciones creadoras del cine francés. Y como su maestro, Michael Powell, ha respetado una máxima no escrita, pero siempre presente en su cine: no repetir jamás un filme, sorprender siempre al público con propuestas nuevas, sembrar dudas y certezas en iguales dosis. La vida y nada más, título inspirado en un poema de Paul Éluard, se sitúa en su filmografía de ficción entre dos obras maestras: La pasión de Béatrice (1987) y Daddy Nostalgie (1990), filme intimista, hecho con pocos trazos pero con todo el amor del mundo. Narra, como es habitual en él, no una, sino muchas historias que se entrecruzan para formar un bello collage tejido con hilos de vida, sí, pero también de muerte.Dos son las líneas maestras de esa trama: la relación entre el comandante Dellaplane (un Noiret sencillamente perfecto) y la casi viuda Irène de Courtil, y la búsqueda de un cadáver anónimo, "pero francés", para colocar en la tumba del Soldado Desconocido.

La vida y nada más (La víe et rien d'autre)

Dirección: Bertrand Tavernier. Guión: B. Tavernier y Jean Cosmos. Fotografía: Bruno de Keyzer. Música: Uswald D'Andrea. Producción: René Cleitman y Frédéric Bourboulon, Francia, 1989. Intérpretes: Philippe Noiret, Sabine Azéma, Pascale Vignal, Maurice Barrier, Françoís Perrot. Estreno en Madrid: cine Ideal (V. O).

Personajes notables

Ambas líneas se interseccionan con otras búsquedas cotidianas, la de numerosos deudos de soldados desaparecidos en combate en una absurda, cruenta guerra, la I Mundial, todavía cercana: estamos aquí en 1920. Y se apoyan en una galería de personajes notables, que tratan de enterrar los fantasmas del pasado para poder afrontar el porvenir. Es en este sentido en el que cabe hablar de La vida y nada más como de una apuesta de futuro, como una apuesta por la vida..Tavernier pretende un llamamiento, tan habitual en su cine, a mantener despierta la memoria histórica, a no dejarse engañar por monumentos o por palabras grandilocuentes, porque eso se paga siempre con creces. ¿Es muy distinta esa búsqueda macabra de muertos de la emprendida, por ejemplo, por los familiares de los combatientes ex yugoslavos, o de los "desaparecidos" latinoamericanos?

Por eso sus personajes son tan reales, sus vivencias tan parecidas a las nuestras, sus equivocaciones tan comprensibles. Por eso sus filmes están poblados por gente común, ni buenos ni malos, víctimas y beneficiarios de grandes sucesos de la historia -todas sus ficciones transcurren antes o después de un gran hecho, jamás durante-, rara vez por personajes de libro.

Que sus filmes dejen siempre un enorme poso de humanidad se lo debemos, ante todo, a una imaginación fértil, a una inspiración generosa y a una apuesta esencial: Tavernier hace cada uno de sus filmes como si fuera el último, como si pretendiera atrapar toda la vida en la fugaz duración de una película.

Por eso de los filmes de Tavernier siempre se aprende algo: a pensar un poco más. ¿Hay mejor destino para una película?

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