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EL ESCRITOR CUBANO SEVERO SARDUY MUERE EN SU EXILIO PARISIENSE

La palabra en libertad

J. Ernesto Ayala-Dip

La muerte de Severo Sarduy deja un vacío insustituible, en su vertiente experimentalista, en la literatura latinoamericana. El verbo gozoso, autocomplaciente, brillante e irreverente de sus libros, deja obras de indudable valor para quien entienda la literatura como una aventura textual.En una de sus últimas publicaciones de ficción, Cocuyo (1990), se veía claramente el empecinamiento transgresor de Sarduy. A casi 20 años de su obra más reconocida y traducida en todo el mundo, Cobra (1972), el escritor cubano mantenía íntegra su concepción de la narrativa: mezcla de todos los registros posibles de la escritura, en ese amplio espectro que va de lo popular a lo culto, de lo profano a lo sagrado.

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Severo Sarduy, el cubano que escribía con el cuerpo, falleció el pasado martes en París

Severo Sarduy tuvo referentes literarios que le señalaron el camino a seguir, en las obras y postulados del gran Lezama Lima, y en el inclemente humor de su otro compatriota Cabrera Infante. Con esos flancos cubiertos y las recetas teóricas del grupo de élite formado por Tel Quel, Sarduy se puso manos a la obra: escribir en un canon de irónico barroquismo, pero siempre atento a desprestigiar la realidad tal como se presenta o nos las quieren presentar.

Ninguna de sus novelas -también fue un polémico ensayista- carece de trama, aunque su complicada exuberancia verbal parezca negarlo. Desde Gestos (1967), o De dónde son los cantantes (1967), hasta Maipreya o Colibrí, el autor argumentó siempre, con sólidas estructuras, su investigación verbal.

Signos y claves

Su literatura está hecha de signos y claves. El lector ha de colaborar para que el discurso adquiera sus definitivos y múltiples sentidos. Sarduy pertenece a una especie literaria en lento proceso de extinción. El autor que creando su espacio literario crea simultáneamente su lector, su cómplice. Pero el escritor cubano nunca escondió sus cartas. Su retórica -jamás gratuita, como sucede con las retóricas verdaderas-, estaba al alcance de quien deseara -el deseo es una palabra y un gesto fundamentales en su obra- utilizar su discurso como fuente de placer.

Severo Sarduy, desde que se marchó de Cuba, no regresó nunca más a su país. Las razones creo innecesarias enumerarlas. Sus discrepancias no fueron sólo políticas, sino también estéticas. Un individuo con sus criterios formales no podía casar con ningún tipo de militarismo literario. Su oposición al régimen de Fidel Castro estaba implícito en su manera de entender la escritura. Con secretos, con luces fustigadoras y con un humor que ponía casi en solfa su propio estatuto de escritor. Las dictaduras, sean del color que sean, imponen -que no desean- un escritor lo más parecido a una estatua de relumbrón. La inteligencia de Sarduy no soportaba esos deshonestos requirimientos. Con él se va alguien que hizo de su país, como dijo alguien certeramente, una metáfora del mundo, no siempre el más apropiado para hacer de la palabra un lugar de libertad y lucidez.

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