El extrano maestro
Niño de la Capea estuvo muy mal, y la verdad es que no tiene la menor importancia. Un torero, sobre todo si se trata de un veterano, puede estar mal simplemente porque no se fía del toro, y eso precisamente fue lo que le ocurrió al Niño de la Capea. No se fiaba de sus toros y tenía motivos suficientes: ninguno de los dos era de fiar. Aún así, al primero le intentó naturales, lo que comporta cierto mérito y no menguada novedad, en época de derechazos. Ahora bien, al Niño de la Capea le llaman maestro, sin que se sepa con certeza en qué consiste su maestría Hay discusiones, al respecto. En realidad practica un magisterio extraño, pues dicta las lecciones exactamente al revés de lo que dicen los libros.Dos y dos son siete". Un maestro puede empezar así su lección de matemáticas, si le place, pero tendrá que demostrarlo .So pena de que se le rebele el aula. Y eso fue lo que sucedió. La cuadratura del círculo llegó a inventar el Niño de la Capea en sus ejercicios docentes. Nunca se había visto cosa igual. Nunca que un maestro en tauromaquia lidiara el toro al revés. ¿Que los picadores han de circundar el redondel en un sentido? Pues ordenaba que marcharan en el contrario. ¿Que se descabella dando un golpe de verduguillo? Pues lo clavaba en el testuz y se ponía a escarbarle al toro la sesera. ¿Que el toreo es mando y templanza? Pues emprendía un fregado de mantazos y zapatilleos levantando espesa polvareda.
Alcurrucén / Niño de la Capea, Litri, Chamaco
Toros de Alcurrucén (los dos primeros, sobreros, en sustitución de sendos inválidos), con trapío aunque muy desiguales de presencia; 1º inválido, 3º flojo (y noble); resto. mansos y poderosos. 2º y 4º, broncos. Niño de la Capea: dos pinchazos bajos a paso de banderillas y dos descabellos barrenando (bronca); media atravesada y tres descabellos (pitos). Litri: estocada caída perdiendo la muleta (oreja con protestas); estocada y descabello (vuelta con protestas). Chamaco, de Huelva, nuevo en esta plaza, que confirmó la alternativa: estocada corta baja perpendicular que asoma y dos descabellos (silencio); pinchazo y estocada corta perpendicular muy baja (palmas).Plaza de Las Ventas, 11 de mayo. Cuarta corrida de feria. Lleno.
Cierto que no es ciencia exacta la tauromaquia, pero tiene sus cánones, sus normas, su ética y su estética, que los buenos toreros procuran seguir, con mayor motivo si se trata de maestros en la especialidad. Hay cierto tipo de toreros, sin embargo, a quienes la normativa, la estética y restantes especificaciones de la ciencia taurómaca les trae absolutamente sin cuidado. Y pues no lo disimulan, ni van de rnaestros por la vida, el público les agradecen en el alma su si-nceridad. Entraban en la terna dos co-letudos de tal corte y la gente lo pasó muy bien viéndolos pegar pases, qué podía importar a nadie si en nada se aproximaban a aquella regla famosa de parar, templar y mandar.
De ambos coletudos, fue Litri el que más gustó, con sus derechazos acelerados, con sus tirones, con sus manoletinas; cites a mansalva con el pico de la muleta; cruzarse, jamás; ahogar las embestidas, todo lo que se pudiera. Algunos de estos alardes provocaron clamores y coronó en triunfo su faena al tercer toro, con la sola oposición de quienes tienen del toreo distinta concepción. Chamaco, que empezó de rodillas su primera faena, apenas pudo componer nada sustancial, aparte contoneos diversos y jacarandosas posturas, pues el toro se derrumbaba en cuanto olía la muleta. El sexto se le aplomé, y no logró que embistiera, pese a su tenaz porfia.
La afición reservo para otra comparecencia su juicio sobre el coletudo Chamaco, ayer nuevoen esta plaza y toricantano. La afición, en realidad, no estaba tanto con los toreros como con los toros y no acababa de entender su comportamiento. Salieron los dos primeros totalmente inválidos, fueron devueltos por eso y el primer sobrero tampoco se tenla en pie. En cambio, los que salieron después, cada vez eran más fuertes, exhibían su insólito poder en el tercio de varas, varios derribaron. La afición no salía de su asombro y se preguntaba si esos toros habrían sido vitaminados de urgencia.
Al cuarto, un serio ejemplar con cuajo y romana, duro de pezuña y de resabio fácil, Niño de la Capea lo trasteó por la cara con las debidas precauciones, porque aquel torazo no era de fiar. Tal cual llegó a la muleta, ni el Cúchares le habría sacado partido. Claro que no se sabe si fue por la propia naturaleza del toro o porque el extraño maestro lo había lidiado al revés. Los toros, si se les enseña mal, se hacen un lío. Como todo el mundo.
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