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Crítica:ARTES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las mejores intenciones

Como una característica expresión de las secretas alianzas que a veces se establecen entre los ideales utópicos y las representaciones totalitarias, la historia del concurso para la construcción del Palacio de los Soviets puede ayudamos a reflexionar sobre el paradójico destino de las mejores intenciones.La entusiasta participación de Naum Gabo, con un arriesgado y elaborado proyecto de corte organicista en forma de doble concha, ilustra, además, la dificultad de articular políticamente escultura y arquitectura, experiencia y función, incluso en un contexto en el que ambas podían parecer, como se muestra en la presente exposición, aspectos inseparables de una misma tecnología constructiva al servicio del hombre nuevo.

Naum Gabo y el concurso para el Palacio de los Sóviets

Moscú, 1931-1933Instituto Valenciano de Arte Moderno. Centro Julio González. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 13 de junio.

La idea de erigir en Moscú un edificio supremo que asombrase al mundo y le persuadiese de la firme determinación del proletariado comunista, triunfante e inexorable, surgió hacia 1922 en el Primer Congreso de los Soviets, pero no fue sino en 1931 cuando el asunto cobró auténtica fuerza y el concurso fue convocado. A lo largo de sus distintas fases se presentaron proyectos de los mejores arquitectos soviéticos (Ginzburg, Ladovsky, los hermanos Vesnin), así como de algunos extranjeros expresamente invitados (Le Corbusier, Perret, Mendelsohn, Gropius), en un variado elenco oscilante entre el racionalismo riguroso, la retórica y el simbolismo alucinatorio.

Entretanto, la proclamación del realismo socialista y el abandono de los viejos sueños revolucionarios conduciría a un veredicto fatal: el proyecto definitivamente aprobado, de lofan, Slichuko y Gelfreikh, había de ser una especie de edificio-montaña de imponente estilo neoclásico, de medio kilómetro de altura y coronado por una monstruosa estatua: 75 metros de un Lenin señalando con el brazo extendido hacia un infinito por entonces vacío. Cabe preguntarse qué hubieran hecho con ello los nuevos rusos si el engendro hubiese sido realizado.

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