La conexión islámico-norteamericana
Al comentar el atentado contra el World Trade Center de Nueva York, el articulista se pregunta si el apoyo que Washington brindó a los integristas islámicos desde la II Guerra Mundial se replanteará ahora que esas fuerzas se vuelven contra EE UU y sus aliados. Y agrega: ¿hasta dónde irá esta revisión?
El espectacular atentado contra el World Trade Center de Nueva York ha enfrentado dramáticamente a los estadounidenses con el terrorismo islámico, lo que no había ocurrido hasta ahora. Según afirmaba The Wall Street Journal tras la detención de los primeros sospechosos, Estados Unidos se ha convertido en el principal país desde el que operan los movimientos integristas musulmanes. Y hay que añadir que, desde que los europeos han reforzado sus controles, estos movimientos han cruzado el Atlántico y actúan desde Chicago o Nueva York en lugar de hacerlo desde París, Londres o Atenas. Se ha descubierto que Yihad Islámica está presente en Brooklyn y en Nueva Jersey, mientras que Hamas lo está en Chicago y, en Virginia y Hezbolá acaba de abrir un centro en Michigan.¿Afectará, modificará incluso, el atentado del 26 de febrero la estrategia de Estados Unidos con respecto a los activistas musulmanes en el mundo? Es de esperar que así sea, debe desearse que así sea. En efecto, la opinión pública conoce poco las connivencias que existen entre ciertos centros de decisión estadounidenses y los integristas musulmanes. Es cierto que, hasta hace poco, arabizantes e islamólogos no han aludido al asunto. Por otra parte, este fenómeno de ocultación merecería por sí solo un verdadero estudio.
En realidad, el apoyo de Washington a los islamistas se remonta a la época de la II Guerra Mundial. Primero fue la alianza estratégica entablada con Arabia Saudí por sus fabulosas reservas petrolíferas, explotadas desde mediados de los años treinta por empresas estadounidenses como Standard Oil, Texaco o Mobil. No obstante, el oro negro no fue el único factor que motivó la creación de esta alianza. Desde mediados del siglo XVIII, el reino de los saudíes practica la doctrina wahabí, especialmente rigorista en lo tocante al dogma y la moral y puritana en el ámbito social. A la luz de las tensiones de la guerra fría y de la rivalidad estadounidense-soviética, nose tarda en observar que la mayoría de los movimientos del integrismo islámico se sitúa bajo la tutela ideológica del wahabismo saudí, siendo el más poderoso e importante de ellos la Cofradía de los Hermanos Musulmanes, fundada en Egipto en 1928.
Para los estrategas estadounidenses, estas redes, nutridas abundante pero discretamente por dinero saudí, son un escudo contra la penetración soviética en Oriente Próximo y contra la difusión de los partidos comunistas sobre todo en Egipto, eje del mundo árabe, y en Irán, gendarme del golfo Pérsico y tan próximo a Rusia.
Dimensión religiosa
A este factor geopolítico podría añadirse una dimensión religiosa y moral. Procedamos por analogía. Como son lectores asiduos de la Biblia, los protestantes blancos estadounidenses, han sentido una natural simpatía hacia el movimiento sionista del Estado de Israel. Estos mismos protestantes, famosos por su puritanismo, pudieron sentirse afines al rey Abdelaziz lbn Saud, fundador del reino en 1932: ¿acaso no fue él quien constituyó los Ikhwans (Hermanos), es decir, la primera Legión Militar Islámica o Fraternidad de los Guerreros Unidos en el Señor para velar por la pureza de las costumbres?
Paralelamente a la amenaza soviética, el Oriente de los años 1950-1970 estuvo marcado por el ascenso de los nacionalistas: Mosadegh en Irán, Ali Bhutto en Pakistán, Nasser en Egipto... Estos dirigentes, innovadores, pretendían desarrollar sus respectivos países. Para conseguirlo emprendieron nacionalizaciones que afectaron a los intereses estadounidenses, que reaccionaron. Estos regímenes tropezaron asímismo con los islamitas. Para oponer un contrapeso a la potencia estadounidense y a las presiones saudíes se apoyaron en el URSS.
Cuando los nacionalismos innovadores -incluido el régimen del sha de Irán- empezaron a decaer, la CIA y, muy a menudo, diplomáticos del departamento de Estado favorecieron el ascenso de la oleada islamista. Por poner sólo un ejemplo: en plena revolución iraní, el presidente Carter envió a cinco de los mejores expertos estadounidenses en asuntos iraníes a realizar un estudio. Uno de ellos, James Bill, resumió en una frase las conclusiones de la misión: "Las dinastías pasan el islam permanece" (Le Monde, 6 de diciembre de 1978). La suerte del sha estaba ecjada. Privado del apoyo de Washington, el 16 de enero de 1979 abandonaba Teherán, donde Jomeini aterrizaba el 1 de febrero ¿con la luz verde de los estadounidenses!.
Primera gran decepción: Jomeini aplicó su propia estrategia y no la que deseaba Estados Unidos, país al que calificó de "Gran Satán". Estados Unidos no dejó por ello de apoyar directo o indirectamente a organizaciones y hombres que compartían la misma ideología, tanto en el Machrek como en el Magreb. Citemos, entre otros, al general Ziaul Haq, que hizo que colgaran a Bhutto e instauró la charia (ley islámica) en Pakistán, o a los muyahidin afganos, entre los que se contaban Gulbudin Hekmatiar, el más intransigente, y Hassan el Turabi, cerebro de la internacional islamista con base en Sudán. En nombre de la realpolitik se mantuvieron en contacto con el Frente Islámico de Salvación argelino y acogieron en su territorio a dirigentes en ciernes como El Turabi o Rached Ghanuchi, jefe del partido En Nahda de Túnez.
Aprendices de hechiceros
La Administración estadounidense, tan recelosa con los palestinos de la OLP, a los que pedía visado de entrada, concedió una tarjeta de residencia al jeque Omar Abdel Rahman, de 57 años, jefe del grupo egipcio Al Gamaa al Islamiya. Y, al parecer, él fue quien concibió el asesinato del presidente Sadat, en 1981; también fue el instigador, en 1992, de los ataques contra los turistas que visitaban el valle del Nilo. Y, por último, se sospecha que los autores del atentado contra el World Trade Center han sido discípulos suyos.
Ante este balance, rápido e incompleto, uno piensa que los responsables estadounidenses han estado jugando a aprendices de brujos al permitir que se liberaran fuerzas que hoy se vuelven contra ellos y sus aliados, desde Marruecos hasta Arabia, pasando por Egipto e Israel.
Una triple evolución explica esta situación. En primer lugar, la crisis económica y social que afecta a los países musulmanes no productores de petróleo, crisis que no logran resolver los regímenes en el poder. A continuación, el fin de la guerra fría y la fragmentación de la URSS, que han consagrado a EE UU corno única superpotencia mundial. Por último, las consecuencias de la guerra del Golfo, entre 1990 y 1991.
Los jefes de los movimientos integristas de la mayoría de los países musulmanes descubrieron que sus tropas estaban contra la intervención occidental. Para no separarse de su base han condenado la alianza entre estadounidenses y saudíes, han apoyado el Irak de Sadam y han pedido que se retire a los saudíes de la vigilancia de los Santos Lugares, La Meca y Medina y se confíe a un areópago internacional de musulmanes. Al Gobierno saudí no le pudo gustar: las autoridades anunciaron públicamente la interrupción de las subvenciones que se concedían a esos movimientos, en particular al FIS argelino, al En Nahda tunecino y a los Hermanos Musulmanes de Jordania.
Irán, que tiene ambiciones hegemónicas, ha intentado inmediatamente ocupar su lugar con la complicidad de Sudán. Por primera vez, Herman Cohen, subsecretario de Estado de EE UU, acusó a Jartum "de amparar organizaciones terroristas y a activistas iraníes". En los territorios ocupados, los dirigentes israelíes dejaron que se desarrollara Hamas para debilitar a la OLP. Hoy, las negociaciones entre israelíes y árabes están bloqueadas por culpa de Hamas. Todos estos elementos deberían llevar a EE UU a replantearse su relación con los islamistas. Pero ¿hasta dónde irá esta revisión de su política?
es director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente de la Universidad de la Sorbona en París.
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