'Cuando ya no importe' y últimas, noticias de Santa María
El autor del artículo celebra la publicación de la nueva novela de Juan Carlos Onetti, Cuando ya no importe, y se refiere a la soledad y al amor como dos puntos fundamentales en la obra del autor uruguayo. Amor unido a sexualidad, la más bella compensación, según Juan Carlos Onetti, "que se nos ha dispensado para paliar la angustia de la muerte inevitable".
En mi país, que es también el de Onetti, este autor ejerce, desde hace más de cincuenta años, un involuntario liderazgo en nuestra vida cultural. Cada uno de sus libros es recibido como otro capítulo de una larga historia; como otra aproximación, todo lo indirecta que se quiera, a la memoria rioplatense de ese me dio siglo, pero sobre todo como un nuevo acceso al mundo de ficción, tan peculiar, que viene creando Onetti, desde la publica ción de El pozo, en 1939, a partir de algunos datos (y también si mulacros de datos) de la maltrecha realidad. Lo demás es invención, concentración, deslinde.Lejos de una escritura testimonial, de un realismo directo, su obra no es un alegato, ni una hoja de servicios, ni un sondeo. Es más bien un recorrido por la fatalidad, por el malentendido global de la existencia, y en ese sentido se convierte -sin que el autor se lo haya propuesto- en una indagación mucho más compleja y más profunda que la del simple testimonio.
Por algo Eladio Linaceró, uno de sus primeros y más reveladores personajes, declaraba en El pozo: "Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene". Quizá por eso el aporte: más significativo de la obra narrativa de Onetti resida en su pericia para calar en el alma de los hechos, y también, aunque resulte obvio consignarlo, en el talento literario con que efectúa ese buceo revelador.
Sólo en contadas ocasiones la violencia irrumpe en las páginas de Onetti, y cuando ello ocurre (como en Para esta noche o en Cuando ya no importe), el lector tiene la impresión de que la misma comparece no como un detalle programado, sino como un trance inevitable. Por lo común, los hechos y los diálogos traNscurren en calma, pero en el subsuelo de esa calma se aloja precisamente el alma de los hechos, el sentimiento que en definitiva va a llenar las palabras y los actos que, sin él, quedarían para siempre vacantes, deshabitados. Justamente ese extraño trasvase de lo recóndito a lo manifiesto otorga otra dimensión a los personajes de Onetti y los fija en la memoria del lector, que de. a poco va aprendiendo a leer en las entrelíneas y también en los entreactos. Ello se nota particularmente en El infierno más temido, de 1957 (aun hoy sigue siendo el más notable de sus cuentos), historia de una metódica, bien entrenada venganza, que página a página va desbrozando una ferocidad implícita, aunque ésta no incluya una violencia factual.
Allá por los años sesenta, dos escritores de mi generación emitieron sendas y certeras definiciones sobre la obra de Onetti. El crítico Ángel Rama detectaba la sinceridad como rasgo definitorio de su obra, como "elemento comprobatorio de su arte", en tanto que Carlos Maggi juzgaba al escritor como "perfectamente imparcial entre su corazón y el mundo". Más nítidamente que en ningún otro narrador de su tiempo, en Onetti la soledad es un homenaje al prójimo, y quizá por eso ha tratado de que cada uno de sus personajes introduzca su propia soledad en la vida de los otros. Por supuesto, ninguno de ellos lo consigue, y por eso quedan, como el Medina de Dejemos hablar al viento, "estafados y moribundos de amor". Después de todo, ni la autodestrucción ni la casi miserable condición de los personajes onettianos llegarían a conmovemos o a aludirnos si no estuvieran construidos alrededor de una propuesta de amor.
La bella compensación
Recuerdo que en 1987, poco antes de que apareciera su novela Cuando entonces, le pregunté a Onetti cómo la definiría, y me contestó sin vacilar: "Es una love story". En realidad, todas sus novelas son historias de amor, aventuras y desventuras de amor. Un amor que incluye, por supuesto, la sexualidad, que, según Onetti, es "la más bella compensación que se nos ha dispensado para paliar la angustia de la muerte inevitable". También es lance de amor Cuando ya no importe, la novela que hoy recibimos y a la vez nos recibe. La recibimos, podremos disponer de ella, leerla palmo a palmo, pero tengo la impresión de que a los lectores fieles, esos que seguirnos a Onetti libro por libro, ella nos recibe con otro talante, como a viejos conocidos, casi como a familia.
Y ello es así, o al menos pienso que sea así, porque los personajes onettianos entran y salen de sus cuentos y novelas como si tan sólo cambiaran ¿le habitación o de congoja, pero permanecen en su mundo y, por consiguiente, en nuestra memoria. Nos llegan con distintas edades, rodeados por diversas circunstancias, enamorados de (o abandonados por) diferentes mujeres. Es así que Larsen, por ejemplo, el célebre Juntacadáveres de la novela homónima, tiene su prehistoria en Tierra de nadie y en La vida breve y su poshistoria en El astillero.
Una compilación codificada (tal como se hace, por ejemplo, con la Biblia) de todas las novelas de Onetti revelaría que aquí y allá y ahora se repiten nombres, se reanudan gestos, se sobreentienden pretéritos. Aunque cada novela es de una estricta unidad y, por tanto, disfrutable como tal, ningún lector de esta morosa saga podrá tener la cifra completa ni realizar la indagación decisiva, esclarecedora, si no recorre todas sus provincias de tiempo y de lugar, ya que ninguna de tales historias constituye un compartimiento estanco; siempre hay un nombre que se filtra, un pasado que gotea sin prisa enranciando el presente: convirtiendo en viscosa la probable inocencia. Mediante esa correlación, Onetti construye una suerte de enigma al revés, en el que la incógnita no es la solución, sino el antecedente; no el desenlace, sino su prehistoria. A Onetti no parece interesarle hacia dónde va el personaje (de todos modos, él y el lector lo saben: va hacia su condena), sino de dónde viene, porque es en el pasado donde late su abismo de origen.
Santa María es un hábitat ficto, posterior al condado de Yoknapatawpha falkneriano, pero anterior, en una geografía semiimaginaria, a la Comala de Rulfo, el Macondo de García- Márquez y la Región de Juan Benet. A pesar de que los críticos habían dictaminado que una novela como Dejemos hablar al viento (en cuyo último capítulo la mítica ciudad se incendia) cerraba definitivamente el ciclo de Santa María, en su nueva novela ella renace de sus cenizas, aunque con una grafía más compacta (ya no es Santa María, sino Santamaría, como si el antiguo fuego la hubiera concentrado), pero, por otra parte, se disgrega, dividiéndose en dos: Santamaría Nueva y Santamaría Vieja.
No es improbable que este nuevo libro sea etiquetado como novela de amor y contrabando, y efectivamente lo es, pero también es mucho más. Como siempre, "Imparcial entre su corazón y el mundo", Onetti teje y entreteje otra historia de fatalidades, y lo hace con la sabiduría literaria que es la primera de sus constantes vitales. El protagonista, ese habitual antihéroe de Onetti, un ingeniero Carr que ni es íngeniero ni se llama Carr, consigue una extraña ocupación, una ganga que, además de un buen salario, le brinda ocio, aislamiento, alcohol, prostíbulo y novelitas policiacas que lee con la misma voracidad que el propio autor.
Sexo y melancolía
Varios habitantes del orbe onettiano comparecen en esta provincia del matute, donde el sexo y la melancolía son también mercancías de estraperlo. Algunos asisten en persona: digamos el médico Díaz Grey, a quien conocemos desde La vida breve, El astillero, Juntacadáveres, etcétera; Josefina y Angélica Inés, que provienen de El astillero; el librero Lanza, figura menor de Juntacadáveres. Pero también hay nombres que son datos del pasado, meras referencias en los diálogos, fantasmas que se cruzan con los sobrevivientes. Son el farmacéutico Barthé, el cura Bergner, Jeremías Petrus y su astillero. Y hasta reaparece Brausen, que de haber sido (en La vida breve) el personaje que se desdoblaba en dos, Arce y Díaz Grey, y hasta se permitía el lujo de crear un personaje llamado Onetti, ahora es apenas el nombre de un bar de mala muerte.
Aquí y allá, la novela le hace guiños cómplices al lector europeo (signos de Gide, Valéry, Camus), pero esos guiños se vuelven particularmente cómplices cuando se dirigen al lector montevideano. Por ejemplo, el perro de Carr se llama Trajano, y las dos últimas palabras de la novela son: "Lloverá siempre". Trajano y Lloverá siempre son (además de otros orígenes) dos conocidos títulos de la literatura uruguaya. A diferencia de la mayoría de sus novelas, casi intemporales, ésta nos sugiere que su tiempo particular es el de un pasado muy cercano: en la página 14 hay, por ejemplo, una referencia nada ambigua al V Centenario.
Las cuotas de sexo las cumple Carr con doña Eufrasia, con cierta inquietante mujer llamada Mirtha y, en general, con las estragadas putas del Chamamé. Pero la cuota de amor queda para Elvirita, la niña rubia que crece a su vera hasta que se convierte en los 15 años angelicales y prostituidos de María Elvira. Si tras concluir la lectura de cualquier novela de Onetti quedamos siempre al acecho de nuevos e inéditos pormenores, esta vez lo que esperamos, también nosotros moribundos de amor, son noticias de Elvirita.
Y no les digo más, por razones obvias. En el pórtico de esta entrañable y conmovedora novela, el autor estampa la siguiente advertencia: "Serán procesados quienes intenten encontrar una finalidad a este relato; serán desterrados quienes intenten sacar del mismo una enseñanza moral; serán fusilados quienes intenten descubrir en él una intriga novelesca". Juro que no he intentado hallar una finalidad, ni mucho menos extraer una enseñanza moral. Es posible que sí haya descubierto una intriga novelesca, pero mi única opción es guardar el secreto. No quiero ser fusilado en plena adolescencia.
Babelia
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