Inválidos hasta en la sopa
Domecq / González, Rincón, Litri
Toros del Marqués de Domecq, bien presentados, inválidos, excepto 5º (sobrero, en sustitución de otro inválido), que dio juego.
Dámaso González: pinchazo, estocada tendida caída y rueda de peones (ovación y salida al tercio); media estocada tendida ladeada -aviso con retraso- y dos descabellos (gran ovación y salida al tercio).
César Rincón: pinchazo y estocada (silencio); primer aviso antes de entrar a matar, pinchazo, estocada corta ladeada, dos descabellos -segundo aviso- y seis descabellos más (silencio). Litri: pinchazo -aviso-, estocada ladeada y rueda de peones (oreja protestadísima); media atravesada caída y rueda de peones (silencio).
Plaza de Valencia, 21 de marzo. 1 la y última corrida de Fallas.
Cerca del lleno.
...Y para rematar la feria, inválidos también. Todos los toros estaban inválidos. Desde el primer minuto del primer día hasta el último minuto del último día, inválidos. En Valencia pides un plato de sopa y te encuentras dentro un inválido. Inválidos para todos los gustos y aficiones. Inválidos de la patita de delante o de la patita de atrás, y así les pasa que, como la cucaracha, no pueden caminar. Inválidos de los que hocícan y se parten el belfo; inválidos de los que escoran, unas veces a babor, otras a estribor; inválidos de los que se desploman; inválidos de los que caen de panza, y se les queda hecho fosfatina lo del día de la boda. Los que se les queda hecho fosfatina lo del día de la boda son los peores. No antes de la caída sino a continuación, pues da un montón de rabia ir por la vida con aquello dolorido, y encima que salga un coletudo cañí y te diga ¡jé!, y te ponga de lante un trapo. Ya no hay res peto, ni nada. Los toros salían veloces y feroches a la caza de coletudos, y estos se guarecían prudentemente en los burladeros, o largaban tela para distanciar las violentas embestidas, o la tiraban por las buenas y huían precipitadamente a la barrera, según hizo César Rincón en sus dos comparecencias. Pero a las dos galopadas, los toros feroches se metamorfoseaban en ovejuna grey, y se ponían a hocicar, o a escorar, o a caer de panza pillando debajo lo del día de la boda, y entonces iban los coletudos y les perdían el respeto.
Hubo un toro inválido más desgraciado que ninguno pues aparte de todas las peripecias dichas, por atender la imprudente llamada de un peón, arremetió contra las tablas y se rompió un cuerno, el pobre. Con lo que duele, ¿verdad? A ese, quinto inválido de la tarde, le hizo faena Rincón, consistente en unos derechazos con el compás exageradamente abierto (para luego, ejecutado el derechazo, rectificar terrenos), media docena de naturales aseados, derechazos otra vez por si antes habían sido pocos y dos fogosos circulares. Es moda, entre figuras, pegar circulares. Ya lo dijo el poeta: no hay morcilla sin atar ni faena sin circular. Para todo eso se tomó su tiempo César Rincón, y a punto estuvo de que le dieran los tres avisos.
Mérito laboral
Otra moda del toreo contemporáneo consiste en prolongar las faenas de muleta hasta el infinito, al objeto de que el público agradezca la afanosa disposición del torero; eso, o matarlo de aburrimiento. Dámaso González logró ambas metas a la vez. Al sobrero lidiado en cuarto lugar, único toro que no se cayó, le estuvo pegando alternativamente derechazos y naturales durante 10 minutos de reloj, mientras media plaza le reconocía el mérito laboral y la otra media roncaba plácidamente en los brazos de Morfeo.
El resto de la corrida careció del menor interés. Dámaso González y César Rincón porfiaron pases inútilmente a sus otros inválidos. Litri trapaceó frenético a los de su lote, y si el presidente le regaló una oreja, buena bronca se ganaron por ello el presidente obsequioso y buena pita el diestro obsequiado, hasta que escondió el trofeo. El público estaba harto, y eso que, para entonces, sólo llevaba padecida media corrida. Y cuando acabó de padecer la otra media, salió de la plaza a escape. Era noche cerrada ya, hacía frío, apetecía un plato de sopita caliente... Pero mejor no; calla, corazón.
Babelia
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