Una exposición en París hace revivir el fastuoso reinado del faraón Amenofís III
Los franceses están locos por los faraones. Cada vez que se celebra en París una exposición del antiguo Egipto, un millón de personas hacen colas interminables para ver momias, sarcófagos, jeroglíficos y esfinges. Ahora tienen una cita en el Grand Palais con Amenofis III, cuyo reinado marcó el apogeo artístico del valle del Nilo.El pasado año, en Cleveland (EE UU), se materializó la exposición que, desde el 6 de marzo, puede visitarse en París. Son 150 objetos procedentes de una treintena de colecciones públicas y privadas de todo el mundo. Algunas de las piezas expuestas son universalmente famosas, como las cabezas colosales del rey en granito rosa del Museo Británico o la carita de la reina Tiyi conservada en Berlín.
La fama de Amenofis III fue ensombrecida por la de las personalidades exuberantes que le rodearon, desde la reina Tiyi a su hijo Akenaton y su nuera Nefertiti, pasando por el gran ministro Amenhotep. Fue Amenofis III una especie de Luis XIV, pero en versión pacífica: no hizo guerras.
La reina Tiyi, su esposa, fue una gran protectora de las artes. Le dio seis hijos, varones y hembras, e impulsó la creación de un nuevo estilo, más fino y sensible que sus predecesores. El faraón la amaba tanto que hizo construir para ella en mitad del desierto un lago de dos kilómetros de longitud. Tiyi bogaba allí sobre un barquito llamado Esplendor de Aton. En aquellos tiempos, el imperio faraónico se extendía desde el sur de Turquía y el norte de Mesopotamia hasta el corazón de Sudán. Su capital era Menfis, pero al final de su reinado Amenofis III la instaló en Tebas, en el palacio de Malgatta, hoy desaparecido.
Babelia
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