Un gris y tedioso balance ante la clausura de mañana
Llegaron por fin tres películas con algún interés. No son nada del otro mundo, pero tienen algunos destellos de originalidad y de ese riesgo que se supone debe tener una película que concursa en un festival de este tipo, con alto nivel de autoexigencia. Son la japonesa La mujer de los sueños, la coproducción afroamericana Sankofa y El jardín de cemento, obra muy personal del británico Andrew Birkin, hermano de la famosa Jane, que a su vez es la madre de Charlotte Gainsbourg, protagonista de este filme en el que todo se queda en familia.
A falta de un solo día y de la proyección de cuatro películas, el balance casi final de los interminables 25 largometrajes que llenaron de cine mediocre la sección oficial de la Berlinale 93 ofrece una imagen amorfa, gris, de aburrimiento continuado y casi insufrible: el cine considerado como tortura.Cuatro o cinco películas flotan por encima de los restos del naufragio en que se ha convertido esta edición del famoso festival berlinés: la irregular película de Emir Kusturica El sueño de Arizona; el kilométrico Malcolm X, de Spike Lee, a ratos; la española Belle époque, de Fernando Trueba, que tiene, según parece, dificultades en el jurado a causa de las injustas acusaciones de machismo con que la saludó una parte de la crítica pontifical alemana; la excelente y conmovedora película francesa de Jacques Doillon El joven Werther, y dos o tres más con auténtico cine, y no los amaños de películas fingidas que se suceden en ametralladora en la pantalla del Zoo Palast.
Por ejemplo, la japonesa La mujer de los sueños, bien dirigida por el joven Tamásuro Bando e interpretada maravillosamente por la actriz Genki Yosimura, que es un melodrama químicamente puro, de origen teatral y estilo muy clásico impecablemente conseguido en blanco y negro. Tiene mérito.
Despiadado retrato
Como también lo tiene la coproducción -entre Estados Unidos, Alemania, Burkina Faso y Ghana- titulada Sancofa, que cuenta -o representa entre documental y ritualmente- de manera metafórica y en forma cercana a una pesadilla la propia pesadilla histórica de la esclavitud en Estados Unidos. No escatima este despiadado retrato ninguna tinta cruel, y el complejo asunto está resuelto con originalidad, intensidad y también con un toque de artificio. Su director es Haile Gerima, un cineasta estadounidense de raza negra que hasta ahora se había dedicado al documental. Su paso a la ficción es sin duda afortunado y promete mucho.Y finalmente tras la húngara Hoppa (bien construida, pero opaca como el plomo) y la alemana La delatora (que degrada y adocena con su pobre estilo una buena historia)- El jardín de cemento, que es al mismo tiempo muy macabra y muy lírica, en la que Andrew Birkin aborda con habilidad y alguna tendencia al efectismo una delicada historia de amor entre dos hermanos adolescentes, que alcanza buenos momentos e imágenes de la muerte paradójicamente muy vivas y siempre elaboradas con sinceridad y buen gusto.
Y nada más. Sólo el recuerdo agolpado de casi 60 horas de cine inútil, bastardo, lleno de vacío y en el que se ceba la enorme, capacidad de olvido que provoca un festival del que lo mejor que puede decirse es que no debía haberse celebrado. Y lo único que probablemente nos quede en la memoria nada tiene que ver con él: la presencia del viejo cineasta vienés Billy Wilder, que esta noche recibirá aquí un homenaje multitudinario. El anciano cineasta se ha multiplicado durante estos días en Berlín y hoy recogerá el precio simbólico, impagable, de su paso por esta ciudad, en la que, siendo muy joven, dio los primeros pasos de su formidable aventura en la historia- del cine.
Babelia
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