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Reportaje:

La buena química

Raíces de la evolución, marcas cerebrales, biología, así es la historia del amor

Dejémonos de todas esas tonterías acerca del amor romántico y aportemos algo de precisión científica. Cuando lo examina gente rigurosa, lo que ve no es algo estúpido, absurdo. No; su investigación revela que el amor está firmemente asentado en los cimientos de la evolución, la biología y la química. Lo que a primera vista parece un comportamiento irracional, exaltado, es en realidad parte de la estrategia rectora de la naturaleza: una fuerza vital que ha ayudado a los humanos a sobrevivir, crecer y multiplicarse durante miles de años.

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Michael Mills, profesor de Psicología en la Loyola Marymount University de Los Ángeles, dice: "El amor son nuestros antepasados susurrándonos al oído".Probablemente fue en las llanuras de África, hace unos cuatro millones de años, en los albores de la especie humana, cuando la idea de amor romántico empezó a florecer o, al menos, cuando empezaron a fluir las primeras cascadas de sustancias neuroquímicas del cerebro a la sangre, provocando embelesadas sonrisas y manos sudorosas mientras hombres y mujeres se miraban profundamente a los ojos. Cuando la humanidad pasó de gatear a caminar sobre dos piernas, este cambio hizo que, por primera vez, los demás seres humanos pudieran ver a una persona de cuerpo entero. Los órganos sexuales estaban completamente expuestos a la vista, igual que otras características como el color de los ojos o la envergadura de los hombros. Cada individuo tenía ahora su atractivo personal.

Entonces se armó la gorda, y nuevas maneras de hacer el amor permitieron que el sexo se convirtiera en una unión romántica, y no sólo en un mero acto reproductor. Aunque el método predilecto de la mayoría de los animales era, y sigue siendo, montar a la pareja por detrás, los humanos empezaron a disfrutar de la cópula cara a cara, y tanto las miradas como la atracción personal se convirtieron en una parte mucho más importante de la ecuación.

Cuatro años de pasión

El romance servía al objetivo evolucionista de comprometer a machos y hembras en una asociación a largo plazo, esencial para la crianza de los hijos. En las praderas abiertas debía de ser difícil -y peligroso-que sólo uno de los padres se ocupara de un hijo mientras buscaba comida. "Si una mujer tenía que llevar en un brazo el equivalente a una bola de 20 kilos y un montón de palos en el otro, era una necesidad ecológica que se emparejara con un cónyuge para criar al pequeño", explica la antropóloga Helen Fisher, autora de Anatomy of love (Anatomía del amor).Aunque la cultura occidental se aferra a la idea de que el verdadero amor arde para siempre, parece que la naturaleza dictaba que la chispa de la pasión durara unos cuatro años. Las parejas primitivas sólo permanecían juntas "el tiempo suficiente para criar a un niño", dice Fisher. Luego, cada uno encontraba una nueva pareja y volvía a empezar. Lo que Fisher llama "la comezón al cuarto año" se refleja inequívocamente en las estadísticas de divorcios. En la mayoría de las 62 culturas estudiadas por ella, las tasas de divorcio alcanzan su cota máxima al cuarto año de matrimonio.

El amor romántico no es eterno. Tampoco exclusivo. Menos de un 5% de los mamíferos forma parejas totalmente fieles. Desde los primeros días, sostiene Fisher, el patrón humano ha sido "monogamia con adulterio clandestino". Una cana al aire de vez en cuando aumentaba las probabilidades de que se transmitieran nuevas combinaciones de genes a la siguiente generación.

Los amantes afirman a menudo que se sienten como arrastrados. Y no se equivocan: según sugieren las investigaciones, están literalmente arrollados por sustancias químicas . Un cruce de miradas, un contacto de manos o una ráfaga de olor desencadenan un aluvión que empieza en el cerebro y recorre los nervios y la sangre. Los resultados son conocidos: rubor, manos sudorosas, jadeos. Si el amor se parece sospechosamente al estrés, la razón es sencilla: los senderos químicos son idénticos.

Por encima de todo está la euforia de enamorarse, una reacción no tan sorprendente si se tiene en cuenta que muchas de las sustancias que anegan al enamorado son primas de las anfetaminas. Incluyen dopamina, noradrenalina y, sobre todo, feniletilamina (FEA). Cole Porter sabía de lo que hablaba cuando dijo: "Me lo paso bien contigo". "El amor es un subidón natural", observa Anthony Walsh, autor de La ciencia del amor: entender el amor y sus efectos en la mente y el cuerpo. "La FEA es lo que hace que uno lance esa sonrisa tonta a un desconocido. Cuando nos encontramos con alguien que nos resulta atractivo, suena la sirena en la fábrica de FEA".

Pero los subidones de feniletilamina no duran para siempre, hecho que apoya el argumento de que el amor romántico apasionado es efímero. Como sucede con cualquier anfetamina, el cuerpo desarrolla una tolerancia a la FEA, con lo que cada vez hace falta más cantidad de sustancia para producir el chispazo del amor. Al cabo de dos o tres años, el cuerpo no puede generar la cantidad necesaria de FEA y, frente a la creencia popular, comer dulces no ayuda.

La falta de las sustancias químicas marca el final de la pasión delirante, y para muchas personas, el fin de la relación. Esto es sobre todo válido para los "adictos a la atracción". Anhelan tan ardientemente la embriaguez de enamorarse que pasan frenéticamente de una relación a otra.

Copyright 1993, Time Magazine Incorporated. Distribuye Los Angeles Time Syndicate.

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