El huracán del idioma
Dos lenguas y dos banderas dividen el corazón de Puerto Rico, cada vez más influido por la presión norteamericana
Los puertorriqueños llevan 90 años viviendo su segundo matrimonio colonial. De momento les ha ido bien, pese a que todo bienestar paga también su cuota por ello. Son los privilegiados del Caribe porque disfrutan de la ciudadanía norteamericana, lo que les permite vivir a distancia pero también dentro del país más poderoso del mundo. Sin embargo, a pesar de que las posiciones políticas respecto a la dependencia norteamericana están claramente definidas, existe un consentimiento tácito de todos los sectores para no sacar los problemas de quicio. Pero cuando el tiro va dirigido a su corazón latino, estalla. Es lo que pasa ahora con el idioma español, amenazado por el inglés.
De España quedan todavía fuertes recuerdos en la isla y también costumbres que se heredan de padres a hijos, pero el devorador estilo norteamericano penetra velozmente, se adueña de las nuevas generaciones e impacta allí por donde pasa. Quien tiene medios manda a su hijo a EE UU, y regresa o se queda allí pero con un doctorado, en Yale o en Harvard bajo el brazo. Y quien no, siempre tiene la salida de alistarlo en el Ejército, donde el riesgo se compensa con una formación gratuita. Lo que ocurre es que muchas veces la vida de estos muchachos se acaba en Libia, Somalia o en el Golfo y regresan como héroes a Puerto Rico, pero en una caja de pino.Hay quien, en, una primera impresión, podría creerse que la vida en Puerto Rico es como la de una capital de provincia española. Lo es tal vez en la forma de muchas familias burguesas, pero de ahí no pasa. La gente en Puerto Rico le ha cogido gusto a la ciudadanía norteamericana, pese a que sólo el 20% de una población de 3,6 millones de habitantes habla inglés. Lo demás es su corazón, que late latino y destila pasiones, unas mayores que otras.
Hasta hace dos años en esta isla caribeña no había más huracanes que los que traía de vez en cuando la naturaleza. Ahora hay uno permanente que azota con divisiones al país: el idioma. Desde 1902, año en que los norteamericanos empezaron a explotar este botín de guerra arrebatado a España, en Puerto Rico había oficialmente dos lenguas: la de siempre y el inglés, que llegó por imposición. Nadie le daba importancia a esta última y muy pocos la exigían, pero cuando en 1917, coincidiendo con la I Guerra Mundial, los puertorriqueños recibieron la ciudadanía norteamericana, empezaron a salir ya los defensores del idioma del nuevo imperio..
La Administración, española se marchó en 1898 dejando un 90% de analfabetos. Hoy todo el mundo sabe leer y escribir en español, pero no ha sido una obra milagrosa del tío Sam, que si intentó americanizar la isla, pero no pudo. Ha sido el resultado, a lo largo de los años, del progreso compensado de Puerto Rico, punto estratégico del Caribe que hasta el desenlace de la guerra fría daba cobijo en la isla a un importante contingente militar en permanente vigilancia sobre la región.
Modernización
Los norteamericanos no pagaban renta por las bases, pero sí hicieron carreteras para sus soldados y se vieron en el compromiso de contribuir a la modernización de la isla, habida cuenta. de que compartían una misma ciudadanía. Eso trajo frutos positivos, que hoy disfrutan lqs isleños y les hacen ser racionalmente conservadores de lo que tienen.Puerto Rico, cuya economía depende en un 80% de Estados Unidos, recibe al año 8.000 millones de dólares de regalías federales, un importante sector de su población se beneficia de cheques alimenticios y una ley especial permite a 900 empresas, principalmente farmacéuticas, fabricar aquí sus productos y lanzarlos luego al mercado estadounidense sin pagar impuestos. La isla, por otra parte, recibe un millón y medio de turistas al año, la mayoría norteamericanos.
Cuando los estadounidenses se hicieron con Puerto Rico el inglés sólo lo hablaban. algunos ilustrados de las élites criollas, la Administración desplazada, la tropa expedicionaria y los hijos de las cuatro familias adineradas, en su mayoría procedentes de la industria azucarera, que: se erigieron en interlocutores locales de los nuevos colonizadores.
Era una lengua adicional y minoritaria para poder comunicarse con Estados Unidos.
Así discurrió todo hasta 1991, en que el gobernador Rafael Hemández Colón, representante del partido que aboga por el actual statu quo autonomista, decide eliminar el inglés como idioma oficial y dejar sólo el español, la lengua vernácula en la que se vienen comunicando en esta isla desde hace 500 años.
Era una cuestión táctica: veía cada vez más cerca el zarpazo definitivo de la absorción cultural, cuya complicidad interior radicaba en una nueva generación de profesionales formado s en EEUU, con nuevos bríos anexionistas y con ganas de convertir a Puerto Rico en el Estado 51 de la Unión, sin importarle su historia ni su identidad.
El maridaje consentido con EE UU le había proporcionado ya a Puerto Rico un estatuto de Estado libre asociado que le garantizaba mantener su identidad y recibir al mismo tiempo importantes beneficios sociales e incluso políticos, como un sistema de democracia participativa y de derechos civiles similar al de EE UU. Desapareció la miseria, se construyeron autopistas de ocho carriles, se emplazaron en espacios urbanos concretos los sectores de servicios y se hornologó, en suma, toda la isla a una ciudad norteamericana moderna, pero en donde se hablaba en español.
El desarrollo y el progreso provocó que otros muchos puertorriqueños se olvidaran de su entorno latinoamericano natural, lo que coincidió con el regreso al país de una nueva generación de profesionales formados en Harvard y en Yale, curiosamente las dos universidades que, cuando la intervención norteamericana, polemizaron sobre la conveniencia o no de fomentar el colonialismo en, la Unión. Harvard, proimperialista, se impone a Yale, que desde entonces empieza en Puerto Rico a levantar simpatías entre quienes, pese al consentimiento colonial, no ocultan su fe nacionalista.
Hernández Colón, representante del entonces mayoritario Partido Popular Democrático (PPD), recibe al bajar el rango del inglés el aplauso adicional de los, independentistas, que no representan más del 4% de la población puertorriqueña, y la ira del Partido Nuevo Progresista (PNP), proclive a la integración con EE UU. También le felicita una corte de académicos, eruditos y gobernantes de vocación hispana, lo que concluye materializándose en Oviedo con la concesión del Premio Príncipe de Asturias.
División irreconciliable
La exclusividad del español molesta en el Senado y la Cámara de Representantes de EE UU; irrita al sector financiero local, porque casi todas las transacciones se hacen con la metrópoli en inglés y provoca el inicio de una división, ya irreconciliable, entre la élite puertorriqueña, que un año después se extiende al pueblo cuando se convocan elecciones para nuevo gobernador y para renovar las dos cámaras legislativas.La ganan los anexionistas o asimilistas, con un pediatra empalagosamente americanista a la cabeza, que se llama Pedro Roselló, de 47 años y de origen mallorquín. Tras él camina una generación amplia de jóvenes formados en universidades norteamericanas y sin escrúpulo alguno a la hora de anteponer sus tratados de economía a cualquier ideario nacional. Con ellos también está el Opus De¡. "Somos dos banderas, dos himnos, dos lenguas y dos culturas", asegura. Y advierte: "Puerto Rico será pronto Estado 51 de la unión americana".
Pero los extremos, en un pais que no quiere crearse problemas, chocan con otros extremos. La decisión de Roselló de cooficializar el inglés con el español, primera de su mandato, le fue correspondida con la mayor manifestación jamás organizada en la isla. Cien mil personas, entre ellas la intelectualidad de la isla, y un mar de banderas patrias, con la excusa del idioma, le reclamaban también soberanía para Puerto Rico cuando aún no llevaba ni dos semanas gobernando. Unos dicen que a Roselló le falta tacto y otros, que va muy de prisa. De momento todos coinciden en asegurar que tendrá que acostumbrarse a gobernar con ruido latino. Es el precio que se le exige como cuota por su inglés oficial.
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