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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Viejo problema

LA LLEGADA al poder de Bill Clinton ha tenido, en lo inmediato, la virtud de producir un cambio de la postura de Sadam Husein: su ofrecimiento de suspender unilateralmente cualquier actitud amenazante a cambio de que cesen los bombardeos selectivos de Estados Unidos (y de sus aliados) y se inicien conversaciones entre ambas partes.¿Conversaciones para qué? Antes de que George Bush, su mortal enemigo, acabase su mandato, el dictador iraquí ya había accedido a suspender las actividades de mosconeo que habían desencadenado las represalias aliadas. Había aceptado los vuelos de inspección de la ONU por las rutas que pretende la organización internacional, había empezado a desmantelar los puestos fronterizos que se le habían quedado en el interior de Kuwait tras la redefinición de fronteras, había retirado las rampas móviles de misiles en las zonas de prohibición de vuelos al norte del paralelo 36 y al sur del 32. Lamentablemente, una vez más, sólo la fuerza dio resultado.

Sadam Husein es un enemigo derrotado y humillado. Lo único que puede pretender ahora es la recuperación del ejercicio de la soberanía sobre todo su territorio, es decir, la anulación de las zonas de sobrevuelo prohibido. Pero no puede seguir aniquilando a sus súbditos. La fórmula es buena: mantener las zonas prohibidas, endurecer los términos del embargo existente contra él e insistir en que las misiones de inspección de la ONU tengan carta blanca y que sus conclusiones sean aplicadas a rajatabla. Y aceptar la rama de olivo que dice ofrecer. Ocasión habrá de volverse a enfadar con él. Con toda seguridad, traicionará cualquier compromiso negociado con Washington o con Naciones Unidas.

Desde el momento de la invasión de Kuwait, en agosto de 1990, Sadam Husein ha prometido muchas cosas: retirarse del emirato, lanzar la guerra santa, derrotar a la coalición, arrasar Israel, democratizar su país, conceder un estatuto de autonomía a los kurdos, permitir las inspecciones de Naciones Unidas, desmantelar su sistema de defensa, interrumpir la producción de armamento nuclear... En todas y cada una de las oportunidades se ha echado para atrás en sus compromisos o amenazas. Lo ha hecho cada vez que pensaba que Estados Unidos no estaba mirando o que podía conseguir alguna ventaja, por mínima que, fuera, tal vez empujando un poco más el límite de la paciencia de sus adversarios. Y en todas las ocasiones se ha visto obligado a enmendar su actitud ante los ultimatos o los enfados de aquéllos.

La situación iraquí tiene un aire de asunto sin terminar, y probablemente Bush ha pretendido resolverla, provocando la caída de Sadam. El hoy ex presidente debió pensar en la posibilidad de conseguir dos objetivos. En primer lugar, castigar a Sadam por sus continuadas provocaciones. En segundo lugar, conseguir desencadenar por fin la revolución de palacio que siempre quiso. Así, el dictador iraquí sería defenestrado y sustituido por algún compañero de armas que, sin tener que hacer gala de cualidades democráticas, sería menos agresivo hacia el resto del mundo. Al tiempo, sin peligro para el statu quo, mantendría a Irak unido frente al empuje hegemónico de otras potencias de la región, con lo que se impediría la desestabilización geopolítica de ésta.

En el caso del dictador de Bagdad, no debe descartarse un doble cálculo. Por una parte, el truco de acudir a las amenazas exteriores para enmascarar la incomodidad interior es viejo, y parece evidente que Sadam Husein ha recurrido a él. Señal de que el embargo está funcionando, aunque hasta ahora, y lamentablemente, repercuta más directamente en los iraquíes de a pie que en la nomenklatura. Por otra, la estrategia de hacerse la víctima está dando sus frutos, al menos en él entorno árabe: la satanización de Bush tiende a absolverle a él.

En este caso, el único que se queda colgando de la brocha es el nuevo presidente de Estados Unidos. Que Clinton haya aceptado de buena gana o no las acciones de última hora de Bush no quita haber sido colocado en una situación extremadamente incómoda, como demuestran las fulminantes respuestas aéreas de los dos últimos días al norte del paralelo 36. En efecto, George Bush puede haber quitado a Bill Clinton mucha de su capacidad de maniobra: la exigencia principal -única ahora- es que Sadam Husein sea apartado del poder; nadie más que los iraquíes debe hacerlo, pero, lamentablemente, la oposición. no parece capaz ni tener fuerza suficiente para ello. Por consiguiente, como Sadam no se irá y no se le puede reconocer impunemente la victoria de permanecer, la estrategia de continuar castigándole no es fácil de desmontar y veremos un goteo de incidentes como los de los últimos días.

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