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Secreto y elegancia

Una visita, por dentro y por fuera, a los cuatro hoteles de Barcelona que quedaron rezagados entre los proyectos de la ciudad olímpica. Tres de los nuevos centros reúnen secreto y elegancia, y el cuarto sigue inacabado.

De los diversos hoteles que se proyectaron para la Barcelona olímpica, cuatro quedaron rezagados para el acontecimiento. Tres de ellos se han inaugurado recientemente. El cuarto, el hotel de las Arts, sigue inacabado, mirando al mar como el seco espinazo de un catáceo. El estudio americano de Skidinore, Owings y Merril (SOM) es el responsable del edificio que, entre otros gestos de arrogancia, exhibe una enorme escultura metálica de Frank Gehry planeando sobre lo que serían jardines nocturnos anenizados por el rumor de la orilla. Paralalelo a él, como segundo rascacielos de la Villa Olímpica, se levanta la sede de Mapfre. Uno a otro se escoltan como dos titanes de alto cuerpo y pobre estilo. Ni Mapfre ha sabido escoger nunca, hasta el momento, proyectos distinguidos ni el hotel de las Arts responde a lo inexcusable en un hotel: evocar el secreto. Las estructuras metálicas que lo sostienen son extracorpóreas, al estilo del Banco de Hong Kong, de Foster, y efectivamente casi todo en él, incluido su deterioro, lo convierten en una referencia obscena.La elegancia y el secreto se encuentran, sin embargo, representados en las otras tres obras que acaban de estrenarse.

La piedra con hora

En la plaza de España, frente a la Feria de Muestras, el estudio de Garcés y Soria, en colaboración con Mir y Coll, ha construido el hotel Plaza. Casi todos los grandes hoteles de Barcelona cuentan con la participación de Joan Gaspar, presidente del Barça. Pero aquí, además, como promotor, se encuentra Enric Reyna, presidente de la Feria, buen cliente al parecer de la Caixa de Catalunya, autorizada a perjudicar la estética de la fachada.

Existen, de hecho, ciertas instituciones bancarias tales como el Banco de Santander (con el anagrama de la palmatoria de Landor, responsable también del diseño de Cepsa, de Campsa y de Telemadrid), la Caja de Madrid (con su oso verde) o la Caixa de Catalunya, con su rojo sangre de toro que hieren aquello que tocan. En el caso del hotel de Garcés y Soria, el agravio es doble en la primera planta y en la fachada principal. La fachada es de granito gris, y uno de sus mayores atractivos radica en un reloj cuadrado de seis metros de lado, con los índices esmaltados en blanco. La marca de las 12, no obstante, se ha sustituido por el emblema catalán de la Caixa, y aúlla con su color amarillo sobre la silenciosa superficie del bloque. Garcés, de 47 años, reconoce que tras 20 años de profesión hay que resignarse a estas sevicias. La obra, sin embargo, reclama la máxima coherencia. Él y su socio, Enric Soria (de 55 años), se han ocupado incluso del diseño del rótulo que corona el hotel para integrarlo en el estilo racionalista, suavemente perfumado de art-déco. "Lo concebimos como una piedra", dice Garcés. La piedra, cuadrada, tiene un par de presumidos pliegues Jesús del Pozo en cada esquina, y una torre potente desplazada hacia la derecha para asentarse en la plomada del reloj. ¿Un reloj gigante en la fachada de un hotel? La idea procede del antiguo cuartel de policía -con reloj-, al que ha sustituido esta nueva obra. Ahora, tras el gran ventanal del cronómetro se emplaza la suite más cara. Las cortinas se despeñan en una cascada de media docena de metros. Trescientas treinta y ocho habitaciones y varias suites más contemplan la oferta de cuatro estrellas tras haberse invertido 3.500 millones en la fábrica escueta.

Jordi Garcés, como Carlos Ferrater, como Helio Piñón y sus respectivos socios, se declaran seguidores de la escuela Le Corbusier, Mies van der Rohe y Alvar Aalto. Los dos primeros les brindan la inspiración del Estilo Internacional, muy patente en la generación, y el tercero, finlandés, el afianzamiento en la arquitectura vernácula. Prácticamente todo el grupo presta admiración a José Antonio Coderch, muerto hace unos años, y a Bohigas, maestros directos en la calle o en la escuela. Y si se exceptúa a Ferrater, que monta y desmonta sus equipos según las obras, recurre a estudiantes y alardea de improvisador, Garcés-Soria y Piñón-Viaplana se declaran tributarios del tándem Mir-Coll, acre ditados en Cataluña como los primeros expertos en la construcción de hoteles.

Con Mir y Coll realizaron con Piñón y Viaplana el Hilton de la Diagonal hace dos años, y ahora el hotel Barcelona Sants, asentado sobre la cubierta de la estación de fesrocarril de Sants. Bajo el hall transcurren los ferrocarriles día y noche.

Piñón y Viaplana consumieron casi una década, desde 1973 hasta 1980, presentándose a concursos y sin construir apenas nada. Desde 1981 son solicitados y famosos. Fueron los autores de la solución para la adusta plaza de Sants, con la introducción de cubiertas metálicas ondulantes y un gran palio emblemático, que Alfonso Guerra, paseando, calificó de gasolinera. Decenas de ciudades españolas remedaron después este amueblamiento urbano, que se repite también en la parte posterior del Barcelona Sants. El hotel en sí se eleva con tres prismas apaisados, granito, cristal y granito, que se deslizan ante la vista como si en la pantalla de un ecualizador destellaran tres notas. El estilo suena en los cuerpos -blanco y negro- del Hilton como en las superficies del Sants.

Carlos Ferrater y José María Cartañá -como Garcés y Soria han tenido más fortuna con los interiores. El Rey Juan Carlos I se ha convertido en el mayor y más lujoso hotel de España; la suite real ocupa unos 600 metros cuadrados. No en vano su dueño primordial -aparte de Gaspar- es el príncipe Turgui Bian Abdul Aziz, de Arabia Saudí. Apenas sabía de Ferrater cuando le pidió un boceto, pero habría bastado conocer las dotes mercadotécnicas de Ferrater para augurar que se quedaría con el proyecto. En la primera entrevista, Ferrater había tendido sobre el suelo una inmensa fotografía aérea de Barcelona, y en el punto del hotel plantó una maqueta de ébano, oro y piedras preciosas con una luz interior que hacía centellear el mecano. El artilugio hizo su efecto. La obra ha costado más de 15.000 millones.

Dos colosales muros de hormigón gris presiden la entrada. Palmas de caoba y una amalgama de aluminio se combinan en el revestimiento de la galería interior con ascensores transparentes del tipo Portman. Cada cuarto de baño ha soportado un presupuesto de casi tres millones de pesetas y las habitaciones están dotadas con un potente -ordenador que trasmite los más diversos deseos de la clientela. En coherencia con la personalidad creadora y mercantil de Ferrater y Cartañá, faltan detalles simbólicos, como un cronómetro con la hora de La Meca sobre el panel de recepción y 33 olivos (33 años de Cristo, el monte de los Olivos) como un secreto diálogo religioso en el jardín de acceso.

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