Ambiente
Una amiga mía estuvo guardando durante semanas sus periódicos viejos: quería llevarlos a una planta de reciclaje. Llamó al Ayuntamiento y se enteró de que dichas plantas estaban fuera de la ciudad y en el quinto infierno, y de que hay que llevar el papel hasta allí en una azarosa excursión y por tu cuenta. Mi amiga, que no tiene coche, se quedó la pobre muy chafada; pero siguió guardando como una gallina clueca los periódicos, por si se le ocurría alguna solución. Se dio por vencida cuando los papeles ya habían cubierto por completo la mesa de comer e inundado el pasillo; y comenzó a tirarlos a la basura, una buena brazada cada día.El mundo está envenenado y la porquería nos llega hasta las cejas, pero al horror que nos produce la constatación de todo este destrozo se suma la confusión medioambiental en la que vivimos. Porque, primero, falta información simple y cotidiana: no estamos seguros, por ejemplo, de si al poner el aire acondicionado del coche estamos dejando el ozono hecho trizas. Y, segundo, no hay una infraestructura pública de servicios verdes: el papel usado te lo comes, como le sucedió a mi amiga, y siempre te queda la duda, al entregar las pilas usadas en un comercio, de, a dónde las tirarán ellos después.
Paco Uriz, traductor de profesión y residente en Suecia, me explica cómo funcionan las cosas allí: hay recogidas municipales de papel, cristal y baterías en cada barrio y en las oficinas; y los vecinos reciben unas hojas de información en las que se les explica el abecé del reciclaje y de la conservación medioambiental. Eso necesitamos: una guía práctica ecológica, con unas explicaciones simples de las cosas que debemos y no debemos hacer en nuestra vida cotidiana; y unos servicios municipales que funcionen. No parece ni tan caro ni tan difícil.
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