La caída de Collor
FERNANDO COLLOR de Mello, presidente en suspenso de Brasil, dimitió ayer de su cargo cuando el Senado había empezado a discutir su más que probable destitución. Hacía meses que su desgracia política se había consumado. Cuando, en julio pasado, visitó España con ocasión de la 11 Cumbre Latinoamericana, Collor ya tenía a la opinión pública brasileña en su contra: había estallado el escándalo de su enriquecimiento ¡lícito y de las prácticas de inmoralidad en su Administración. Como consecuencia de ello y de las revelaciones y acusaciones, a finales de septiembre, la Cámara de Diputados, por aplastante mayoría, suspendió a Collor cautelarmente en el ejercicio de la presidencia. El 4 de diciembre, el Senado aprobaba el informe de una comisión investigadora especial: el presidente era reo de prevaricación y corrupción. Se abría así el camino para su enjuiciamiento, tanto por el Senado como por los tribunales civiles.Como Richard Nixon hace dos décadas, Collor ha preferido dimitir antes que pasar por el trago de su juicio público. En, el caso de Nixon, se suspendía ipso facto el procedimiento. Pero, a juzgar por las manifestaciones de los senadores brasileños en la sesión de ayer, nadie garantiza a Collor que con su dimisión se librará del enjuiciamiento político y, menos aún, del penal por la vía ordinaria.
Que un escándalo de esta naturaleza ocurra en Brasil, un país en el que la corrupción es moneda corriente, es revelador del nivel de displicente inmoralidad del ya ex presidente. Collor, que, con su imagen de juventud y eficacia, había prometido revolucionar los modos políticos de la vida brasileña cuando fue elegido de manera fulgurante hace tres años, ha caído víctima de su propia inmoralidad y de la de su entorno. En palabras de un intelectual brasileño, ha pagado el precio de la incongruencia entre su proyecto de modernización y su personalidad política tradicional.
Hace tres años, Fernando Collor de Mello irrumpía en la política nacional brasileña con un mensaje de fuerte reforma económica, de represión de la corrupción, de reducción del gasto público, de limitación del gigantesco tamaño del funcionariado. Congeló depósitos bancarios, precios y salarios, aplicó un duro programa de estabilización económica, consiguió rebajar la inflación a dos dígitos. Parecía que, por fin, había llegado a Brasil la modernidad y que podía concebirse la esperanza de que, a las expectativas de desarrollo del que se anunciaba como gigante latinoamericano del siglo XXI, correspondería una Administración limpia y ágil. Todos estaban enamorados de Collor.
Hasta que su hermano menor, enfadado con él por un quítame allá esas pajas, le acusó de enriquecimiento ¡lícito y de costumbres personales más que reprobables. Apareció entonces en escena un curioso personaje, Paulo César Farías, que había sido tesorero de su campaña presidencial y al que se acusaba de inundar las cuentas corrientes del presidente con millones de dólares conseguidos con amenazas y extorsiones., Pese a las protestas de inocencia de Collor, todo resultó ser verdad. Tras una larga y penosa etapa de investigaciones en el Congreso y por la policía federal, se demostró que las acusaciones eran ciertas. Y empezaron las deserciones políticas en masa. De ellas, la más importante, la que, en última instancia, ha acabado con él, ha sido la de su mentor político, Roberto Marinho-, el propietario del gigante de la comunicación O Globo.
Se abre para Brasil una etapa nueva y sin duda traumática. Siempre lo es un aldabonazo de ese calibre en una sociedad, por muy acost umbrada que esté a la anarquía económica, al caciquismo político y a la inmoralidad social. . El nuevo presidente, Itamar Franco -que ya lo era interino-, tiene por delante una ardua tarea de reconciliación nacional y reconstrucción de la moralidad pública. En ella, el riesgo mayor no es la involución militar, sino la medida en que la clase politica sea capaz de responder al reto que le ha planteado una sociedad cansada de corrupción.
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