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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Obiang

LA DETENCIÓN por Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial, de casi cien opositores a su régimen, caracterizado por la corrupción, es un eslabón más en la cadena de irracionalidad y autoritarismo y estupidez que caracteriza al sistema político imperante en la ex colonia española. Los relatos de torturas y coacciones hechos por los pocos detenidos que fueron puestos en libertad dos días después dan además la justa medida de la bajeza de los esbirros de Obiang hasta para cometer iniquidad. Incluso en la exhibición pública de su poder y prepotencia, la policía, inspirada en el ejemplo de su jefe, campa por sus respetos, y en la más absoluta impunidad golpea con una mano mientras roba públicamente con la otra, reprime una manifestación con dureza mientras se dedica al pillaje de las tiendas que encuentra a su paso.En realidad, el trato que el presidente ecuatoguineano dispensa a cuantos se le oponen es revelador de su inseguridad y paranoia. Da lo mismo cuál sea la razón que desencadena la represalia. En este caso, todo empezó con una manifestación de estudiantes de bachillerato hace dos semanas en protesta por el mal trato dado a un profesor de español, Celestino Bacale, que, para su desgracia, es además dirigente de la opositora Convergencia para la Democracia Social. Obiang es persona acostumbrada a ver enemigos en todas partes y a apalearlos por si acaso, lo sean o no; puede decirse que de este modo está consiguiendo que efectivamente toda su ciudadanía acabe siéndolo. En otras ocasiones, encaramado a su peculiar noción del Estado de derecho, el presidente utiliza los resortes de su poder para montar kafkianos consejos de guerra y tomar represalias contra unos socios, necesariamente extranjeros, con cuyas cuentas o coimas no está de acuerdo. Harían bien en tener siempre en cuenta esta circunstancia quienes creen que es posible realizar negocios fáciles o rápidos en Guinea.

Así se resume el nuevo proceso de democratización que Obiang ha inaugurado, en parte forzado por las presiones del Gobierno español. La nueva oleada de represión ha provocado en Malabo una gestión conjunta de cinco embajadas -las de España, EE UU, Francia, CE y ONU- para exigir del Gobierno el fin de las violaciones de los derechos humanos. También ha intervenido el Consejo de Seguridad. Hasta la Comisión de Bruselas amenaza con interrumpir la ayuda comunitaria. Es posible que todo ello estimule la soberbia de Teodoro Obiang, al que gestiones de tan alto nivel convencen de su importancia, y, por un breve tiempo, le decidan a dar la sensación de que efectivamente enmienda sus yerros. Pero es muy dudoso que lo haga o que tenga intención de respetar a sus adversarios o a sus ciudadanos.

El problema, como de costumbre, está encima de la mesa del Gobierno español. No es suficiente con que, una vez más, Madrid amenace a Obiang con cortarle la ayuda y el dinero. Las amenazas españolas han dejado de ser creíbles. Ha llegado un momento en que el mantenimiento de la ayuda a Guinea Ecuatorial por razones humanitarias ni siquiera sirve a éstas. Toda relación de asistencia y cooperación españolas debe ser interrumpida hasta tanto Teodoro Obiang no cumpla realmente con sus declaraciones democratizadoras.

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La responsabilidad española es grande e inexcusable con respecto a Guinea Ecuatorial, nuestra infortunada ex colonia. Es preciso que de una vez por todas acabe la indecisión sobre cómo influir en Malabo, sobre cómo hacer presión sobre aquel Gobierno en beneficio de las virtudes democráticas. España debe dejar ya de sufrir pacientemente las sinrazones de nuestra ex colonia. Ha dejado de beneficiar a nadie.

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