Bondades de un buen guión
Algunos hombres buenos (A few good men)
Dirección: Rob Reiner. Guión: Aaron Sorkin, según su propia pieza teatral. Fotografia: Robert Richardson. Música: Mark Shaiman. Producción: David Brown, Andrew Scheinman y R. Reiner para Castle Rock, EE UU, 1992. Intérpretes: Tom Cruise, Jack Nicholson, Demi Moore, Kevin Pollack, Kiefer Sutherland, Kevin Bacon. Estreno: Real Cinema, Multicines la Dehesa, Parquesur, Burgocentro Multicines, Cristal, 7º Arte Multisalas, Albufera Multicines, Arlequín, Multicines Fuenlabrada, Multicines Pozuelo, Palafox, Rialto, La Vaguada.
Hay por lo menos dos maneras distintas de acercarse a una película como Algunos hombres buenos. Una, la más evidente, consiste en verla como lo que aparenta ser una película de narración evidentemente clásica, basada en una buena historia, que cuenta con un competente elenco de actores de primera fila y un director con pericia y que conoce a fondo los rriecanismos del filme judicial, varlante genérica a la cual esta película de temáfica castrense se vincula férreamente.De esta forma, lo que resulta es un producto solvente, que cumple con todos los requisitos exigidos por la industria hollywoodiense para avalar lo que normalmente se considera una película "importante" (varios grandes actores, una fáctura impecable y lo que es un terna de interés "humano"). De ahí que no debe extrañar a nadie que su título ya suene para la concesión de los Oscars correspondientes a este año.
Disección del militarismo
La otra manera, más interesante, consiste en verla como una disección implacable de la mentalidad militar, que es en el fondo su sustrato último, su razón misma de ser. Veamos. Algunos hombres buenos plantea una buena situación de partida: dos soldados destinados en la base de Guantánamo, en Cuba, matan a un compañero en una operación de castigo. Reconocen su culpa, pero dicen actuar según un código de uso interno, más importante en la vida cotidiana del campamento que el legal ordenamiento castrense en vigor: el enfrentamiento de la tragedia clásica entre las leyes de los dioses y las de los hombres se tronca así en el conflicto provocado por la existencia de dos códigos reales, uno con validez jurídica, el otro sin ella.
De la defensa de los acusados se ocupa un novato abogado naval de brillante historial (Tom Cruise) y una mujer (Demi Moore) que, cosas del machismo militar, tiene mayor graduación que el leguleyo pero se comporta como si fuese su inferior. Entre ambos deberán desenmascarar la existencia de ese secreto código de honor y obediencia al cual los dos soldados, dos pobres tipos, se aferran con la desesperación de un autómata: es lo único que tienen en la vida.
Así planteadas las cosas, la película avanza con firmeza y se despliega ante el espectador como el enfrentamiento entre dos mentalidades: la liberal, representada por el abogado y sus ayudantes, y la rígidamente castrense, que tiene su plasmación no ya en los dos acusados, sino sobre todo en sus superiores jerárquicos: Jack Nicholson, jefe supremo, realiza aquí uno de los mayores trabajos de su carrera. Y a la postre, como reconoce el curtido jefe, lo que se cuestiona es una forma de defender a su país: métodos sucios que ponen a salvo una manera de vivir de la que el propio abogado defensor, un chico pijo y brillante, se benefició siempre.
Todo esto es posible por obra y gracia de un guión impecable, obra de Aaron Sorkin, que se basó en su propia pieza teatral para, con la inestimable ayuda de Reiner, hacer todo lo necesario para borrar ese origen. Es la suya una historia llena de sugerencias, de cambios de rumbo, de protagonismo alterno que, al fin y al cabo, como quiere toda buena dramaturgia, concede a los personajes sus propios puntos de vista, los hace coherentes con sus planteamientos.
Del juego entre la tensión propia de la investigación criminal -que es la base de la existencia de las películas de juicio- y del enfrentamiento en el juicio de todas las partes, pero también de lo que propone y lo que hurta contar (la historia entre hombre y mujer, el larvado incidente del disparo sobre territorio cubano que actúa como brillante McGuffin), nace una película dinámica, casi siempre apasionante a pesar de su largo metraje, y que no puede evitar, como es la norma no escrita en el género, dictar sentencia narrativa según el más puro código castrense.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.