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Tribuna
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¿Y los niños?

Doce mil ochocientos niños han muerto ya, víctimas de la guerra de Bosnia-Herzegovina. La tragedia es de una magnitud sobrecogedora, pero aún la supera el infierno en que se ha convertido Somalia, donde esa espeluznante cantidad de niños muere cada día a causa de la enfermedad y del hambre. Según datos de instituciones humanitarias, podrían ser 40.000 niños -acaso más- los que mueren diariamente en todo el mundo como consecuencia de la miseria, de la delincuencia e incluso de la agresividad criminal de las personas adultas.Miles de niños mueren, mientras otros muchos abominan de haber nacido pues su vida es un continuo sufrimiento. El drama no sólo se da en las regiones azotadas por conflictos bélicos o en los países subdesarrollados, sino también en aquellos con altos índices de desarrollo, cuya aspiración suprema es perfeccionar su calidad de vida. Allí la ciudadanía necesita ratificar su condición de sociedad culta y civilizada, y afina hasta la exquisitez su código moral y su catálogo de derechos, invoca principios, promueve campañas, arenga y anatematiza, para estimular las conciencias en favor de numerosas causas nobles. Y está bien, pero ¿y los niños? Porque mientras la población adulta se echa a la calle en manifestación solidaria con aquellas causas -las autoridades al frente, exhibiendo gran pancarta donde se anuncia el lema que les convoca-, en la misma ciudad hay miles de niños que pasan hambre, o viven de la mendicidad, o son víctimas de la explotación infame y de los malos tratos.

Uno ha conocido multitud de manifestaciones callejeras en pro de todo tipo de derechos y en contra de todo tipo de discriminaciones. Ninguna, en cambio -nunca, jamás-, para que los niños del mundo -o, por lo menos, los niños de este país- tengan una vida digna.

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