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Los Doce se preparan para una batalla decisiva

Lluís Bassets

El Consejo de Ministros de Exteriores de los Doce, celebrado anteayer, levantó el mapa de las fuerzas en presencia que se enfrentarán en las próximas semanas en uno de los combates políticos más' decisivos de la Comunidad Europea. Esta es quizás una de las pocas ventajas de una reunión caracterizada por su impotencia para hacer avanzar las cosas.Dinamarca, como cabecilla de los reticentes al Tratado de Maastricht, ha reafirmado que su voto es imprescindible para que culmine la ratificación. España, como país abanderado de la ortodoxia comunitaria, ha recordado las conclusiones de la Cumbre de Lisboa: sin Maastricht y sin el paquete Delors II (fondos de cohesión incluidos), no habrá ampliación.

El Reino Unido proporciona los sustos de mayor calado, con sus constantes quiebros sobre la ratificación de Maastricht, tan pronto al alcance de la mano y objeto de felicitaciones como alejada en el tiempo hasta finales de 1993 y ocasión de, estentóreas protestas.

Pero las mayores cargas de profundidad vienen de Dinamarca, con el embrollo jurídico surgido de su referéndum negativo. Según el Tratado de Roma, las modificaciones de los tratados requieren la unanimidad de los Estados. Dinamarca no firma Maastricht porque sus ciudadanos se han manifestado en contra. Ergo, no hay ni puede haber tratado en el futuro, a menos que los otros once se plieguen a las condiciones de Copenhague.

El Gobierno conservador de Poul Schlüter ha procedido con lentitud y paciencia. Primero redactó un Libro Blanco en el que se incluyen todas las posibilidades, desde la salida de la CE hasta la ratificación de Maastricht por un nuevo referéndum. Luego siete de los ocho partidos presentes en el Parlamento pactaron un documento sobre las condiciones exigidas para mantener al país en la CE. Finalmente, el ministro de Exteriores, Uffe Ellemann-Jensen, lo presentó el lunes en el Consejo y ahora lo irá haciendo en todas las capitales de la CE.

Estatuto especial

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Dinamarca pide un estatuto especial que le excluya de la defensa, de la moneda común y de la política económica, de la cooperación judicial y policial y de la ciudadanía de la Unión tal como se entienden en Maastricht. Un acuerdo de este tipo debe tener rango jurídico vinculante, según deseo danés, lo cual significa una revisión encubierta de Maastricht y, para ser efectiva, supone de nuevo la ratificación de todos los demás. Los defensores de la posición danesa aseguran que "hay que tener posiciones flexibles y evitar los legalismos".

Si los otros socios no aceptan la exigencia danesa y quieren seguir con Maastricht -posiblemente entre 10, con exclusión también del Reino Unido-, deberán para ello elaborar un nuevo Tratado equivalente para Diez y no para Doce. Se da así la paradoja de que para evitar la revisión de Maastricht por exigencia danesa hay que revisar Maastricht.

Todo este embrollo es una bendición del cielo para el primer ministro británico, John Major, con sus enormes dificultades para plegar a sus diputados euroescépticos hasta obligarles a aprobar el Tratado. Permite al Reino Unido ir alargando los plazos y debilitando las defensas de los thatcherianos. Permite atacar directamente las defensas del enemigo: si quieren ustedes resolver el problema danés, abran las puertas de la CE rápidamente a quienes llaman a sus puertas y tendrán dinero suficiente para la cohesión social.

En el otro extremo, con España a la cabeza, se condiciona la apertura de las conversaciones de adhesión con los primeros que ya han llamado a la puerta (Finlandia, Suecia y Austria) a la ratificación de Maastricht, a la aceptación consiguiente de todo el acervo jurídico comunitario, y a la aprobación de las perspectivas financieras 1993-1997 o paquete Delors II, en las que se incluye precisamente el gasto ocasionado por Maastricht, incluidos los fondos de cohesión.

Ahora, cuando se trata de entrar a toda prisa en un calendario de urgencia, que debe culminar el 1 de enero, fecha del Mercado único, y fecha de entrada en vigor de Maastricht según los piadosos e iniciales deseos, cada uno de los contendientes dobla su apuesta para amedrentar al contrario. De ahí la convocatoria de dos Consejos de Ministros de Exteriores seguidos, el 27 de noviembre y el 8 de diciembre, para intentar evitar lo que todo el mundo teme: que la cumbre de Edimburgo resulte un colosal fracaso y se abra una crisis de dimensiones enormes, precisamente bajo la presidencia danesa que empieza el 1 de enero.

Cada una de las peleas comunitarias de los últimos meses ha contribuido a acentuar esta polarización, en la que el papel de exploradores lo tienen Dinamarca y España, y les siguen, en el centro del terreno de combate, el Reino Unido y Francia, respectivamente. Unos pretenden, en el fondo, una gran zona de libre comercio surgida de la reabsorción de la CE por los países de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) a través del Espacio Económico Europeo. Los otros desean una unión federal. Pero unos y otros pueden terminar con Maastricht que, en realidad, se quedaba a medio camino de ambos objetivos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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