La sombra de García Lorca
En 1937, en su gran elegía a la muerte de García Lorca, Luis Cernuda evocaba la angustia última del poeta granadino al caer víctima del odio "por las mismas manos / que un día servilmente te halagaran". La alusión a Luis Rosales era inequívoca y no fue sino el principio de una larga sucesión de acusaciones y reproches que se irían produciendo durante muchos años. La investigación ha permitido reconstruir con cierta precisión lo que ocurrió.Durante uno de los registros que se prudujeron aquel mes de agosto de 1936 en la huerta de San Vicente, residencia veraniega de la familia García Lorca, el poeta fue amenazado e incluso golpeado. Detenido ya su cuñado Manuel Fernández-Montesinos, alcalde de Granada, Lorca se dio cuenta de la seriedad de la situación. Optó por llamar a Luis Rosales, que, como sus hermanos José, Antonio y Miguel, pertenecía a Falange y, tras algunas deliberaciones familiares, se acogió a su hospitalidad. La seguridad parecía garantizada.
En casa del autor de Abril pasó Lorca una semana. La tarde del 16 de agosto -esa madrugada había sido fusilado Fernández-Montesinos- y apoyado por un insólito despliegue de fuerzas, se presentó en casa de los Rosales, para detener a Lorca, el diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso.
Los testimonios más solventes coinciden en que los hermanos Rosales gestionaron cerca del comandante Valdés, gobernador civil, la liberación del poeta. Conviene no olvidar que el gobernador estaba afiliado a Falange. Luis se personó en el Gobierno Civil y, ante la imposibilidad de entrevistarse con Valdés, hizo un escrito pidiendo explicaciones. Este documento no ha aparecido; sí se ha publicado el texto que dirigió Rosales a las autoridades de la ciudad precisando su actuación y que, según Gibson, es del 17 de agosto (Lorca fue asesinado el 18 o el 19). Todo parece indicar que se había acusado a los Rosales de tener a un rojo escondido en casa y, según declaró reiteradamente Luis, a él se le quiso expulsar de Falange y sólo la autoridad de Narciso Perales, relevante jerarquía falangista, recién llegado a Granada, resolvió el asunto, que pudo costarle a Rosales el fusilamiento. El texto en sí es confuso, inseparable de la coyuntura.
Lo que sí parece claro es que la buena fe de Luis Rosales fue desbordada por los acontecimientos. La estima personal y la admiración sincera que Rosales el futuro autor de La casa encendida tenía por Lorca nada significó en el régimen de terror que las fuerzas insurrectas desataron en Granada.
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