Querido Luis, hermano Luis
Pocas cosas tan penosas como decir el dolor de muchos, cuando ese dolor es el de uno mismo, y de manera tan punzante y honda. Tal es mi caso ante la muerte de Luis Rosales. No pocas veces he hablado y escrito sobre él a lo largo de mi vida, y siempre mis primeras palabras han sido la expresión de una verdad: "Querido Luis, hermano Luis". Fraternalmente amigos nos hizo la vida; y cuando, con su muerte, tantos lo han perdido, lo que ante todo siento yo es algo que sólo a mí me importa: que lo he perdido yo, que se me ha ido para siempre alguien a quien yo con verdad podía llamar "querido Luis, hermano Luis". Y así, rompiendo mi silencio, único modo de expresar adecuadamente el sentimiento de la muerte de un amigo fraternal, me veo en el trance de decir el dolor de muchos, de todos los que tratando o leyendo a Luis Rosales han visto en él lo que de tan rebosante modo era: un gran corazón y un gran poeta.No todos los grandes poetas han querido serlo del corazón y con el corazón. Los españoles hemos tenido la suerte de que los mejores de nuestro siglo, desde Antonio Machado y Miguel de Unamuno, deliberada y empeñadamente lo han sido. Pero, desde Abril hasta Un rostro en cada ola, pasando por La casa encendida, muy pocos de nuestros grandes poetas lo han sido del corazón y con el corazón de tan deliberado y empeñado modo, de tan espléndido modo, como Luis Rosales. El contenido del corazón es el título de una de las más preciosas joyas de la prosa poética en lengua castellana. Y bien mirados todos sus libros de poesía en verso, todos ellos, con ligeras variantes individualizadoras, hubiesen podido llevarlo en su portada. Realidad vista desde un corazón con ojos claros y dicha a través de una palabra mágica; tal es, a mi modo de ver, la clave más secreta de la poesía en verso y en prosa de Luis Rosales.
Como poeta y como hombre, cuatro círculos concéntricos tuvo el corazón de Luis Rosales. En el centro de todos, el más íntimo, aquel al que san Agustín llamaba "más íntimo que lo más íntimo de mí", la persona de Dios, cuando realmente uno ha llegado a encontrarla -Luis sí la encontró-; y en todo caso, el reducidísimo número de las personas humanas a las que con verdad se han podido decir las dos altas palabras de la entrega: "todo" y "siempre".
En torno a él y cerca de él, el círculo de quienes de verdad, además de admirarle, le querían como amigo. Seis nombraré, entre los ya muertos: Juan y Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Dámaso Alonso.
Tercer círculo, el de sus lectores actuales o potenciales. En su homenaje, esta mínima florecilla reciente. Cuando una voz amiga me dijo que Luis acababa de morir, tomé un taxi para acercarme cuanto antes al lugar de su muerte. "A la clínica de Puerta de Hierro", dije al conductor; el cual me pregunta: "¿Va usted a Luis Rosales?". Así, sin más: a Luis Rosales. "¿Le conocía usted?". Respuesta suya: "Una vez le llevé en mi taxi, y sé que era un poeta muy bueno". A través de ese taxista, el pueblo hispanohablante estaba acompañando al poeta muerto.
Cuarto y último círculo, ése que forman todos los hombres. Que el poeta nos lo diga con la letra del soneto, tan hermoso, Recordando un temblor en el bosque de los muertos:
"Si el corazón perdiera su cimiento / y vibrasen la tierra y la madera / del bosque de la sangre, y se pusiera / toda tu carne en leve movimiento / total, como un alud que avanza lento, / y fuese una luz fija la ceguera / y entre el mirar y el ver quedara el viento, / y formasen los muertos que más amas / un bosque ardiendo bajo el mar desnudo / -el bosque de la muerte en que deshoja / un sol, ya en otro cielo, su oro mudo- / y volase un enjambre entre las ramas / donde puso el temblor la primera hoja...".
Pedro Laín Entralgo es académico.
Babelia
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