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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¡Ya era hora!

Por fin ha madurado en este país un debate público acerca de los contenidos mínimos y del carácter que debe guiar una colección nacional de arte contemporáneo. La apertura de la exposición permanente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) lo ha concitado. Lo verdaderamente sorprendente son algunos de los argumentos que de él se derivan.Las críticas se han resumido, sin ánimo de lectura política, en una encuesta publicada por un rotativo madrileño. En ella se denuncian las lagunas de una colección que no ha sabido reflejar lo que se denomina como la tradición pictórica española de nuestro siglo, una vez que ha prescindido de un buen número de artistas, sobre todo posteriores a 1939. Sin embargo, bajo lo razonable de esta crítica -que debe quedar rectificada en lo que a algunas corrientes y autores indispensables se refiere- se esconde otra lectura explícita que pretende identificar los fondos expuestos con los gustos presumiblemente modernos y partidistas del equipo directivo del centro y de los altos cargos del Ministerio de Cultura.

La grandeza -y la miseria- del MNCARS no es otra que la de resumir la política oficial española frente al arte del siglo XX. En todo caso, más vale tarde que nunca. La aportación española a las vanguardias históricas ha supuesto siempre, en las colecciones nacionales, una laguna tan inmensa que hacía aguas por todos sitios. Hasta hace muy poco tiempo debíamos contemplar a Picasso en Barcelona y, sobre todo, en París. Y el extinto Museo Español de Arte Contemporáneo apenas si sabía de la existencia del Dalí surrealista o de Alberto Sánchez o Julio González, por tan sólo citar tres nombres.

Los fondos ahora presentados no son los óptimos. Pero, al menos, aspiran a paliar un error secular y político y presentan un contenido didáctico mínimo para poder imbricar el arte español en las corrientes intemacionales previas a la II Guerra Mundial. Y han tenido el valor de devolver el Guernica a la historia del arte, rescatándolo de un museo con timbre glorioso (la democracia en España parecía que debía identificarse con Picasso en el Prado), pero que lo había encerrado junto a las dependencias dedicadas al arte del siglo XIX y bajo un fresco realizado a finales del XVII. Ya es hora también de que Picasso en Madrid se reintegre a sus compañeros de creación. Aunque sea frente a Julio Romero de Torres.-

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