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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sin ideas nuevas

LA SITUACIÓN política y económica es tan confusa, y los mensajes tan contradictorios, que la comparecencia del presidente del Gobierno ante la opinión pública era ya inaplazable, para responder a las inquietudes de los ciudadanos y transmitir una cierta idea de tranquilidad y control de la situación. Habló por televisión, pero la entrevista resultó fallida respecto a estos objetivos. Podía haber realizado una declaración seleccionando los temas sobre los que quería dejar sentada la posición del Gobierno, pero entonces se le hubiera acusado de actuar como jefe de Estado. Al optar por el formato de entrevista se echaron en falta algunas de las cuestiones que más preocupan a la opinión pública: ese medio millón más de parados para 1993 que prevén los presupuestos; si habrá o no un referéndum en España y por qué; si el Gobierno tiene alguna alternativa para reorientar y dar mayor credibilidad al plan de convergencia diseñado al amparo de Maastricht; por qué el tratado es bueno para los intereses concretos españoles y qué cesiones de soberanía supone; etcétera. Las incertidumbres no quedaron despejadas.Es cierto que la confusión afecta a casi todos los Gobiernos; pero Felipe González eligió el peor de los terrenos para superarla. Defendió con energía una opción que la mayoría sabe tremendamente dificil de sostener, y que el propio presidente no puede dejar de percibir como tal. Nada resulta tan intranquilizador como los esfuerzos de alguien por convencer de algo en lo que quiere -pero no consigue- creer totalmente.

El Gobierno es partidario de ratificar Maastricht, pese a todos los problemas que hay por delante. Es una posición muy defendible. Lo contrario sería apostar por la desbandada o, como mínimo, por la confirmación oficial de esa Europa de dos velocidades que tal vez estén maquinando Kohl y Mitterrand. Además, el tratado ha sido ya ratificado, con o sin referéndum, por cinco países: la modificación de su contenido supondría desautorizar a los Parlamentos respectivos y seguramente apostar por la multiplicación de los conflictos entre soberanías viejas y emergentes.

Pero no es realista cerrar los ojos al nuevo escenario resultante a partir del referéndum francés. Es voluntarismo. Si en Francia se hubiera producido una holgada mayoría de votos por el , la ratificación rápida de los demás países habría creado las condiciones políticas para reincorporar a Dinamarca. Pero el Gobierno británico ha utilizado el amplio rechazo registrado en Francia como si éste, a pesar de ser minoritario, viniese en apoyo de sus reticencias históricas. Major ha anunciado que no ratificará el tratado hasta que no se resuelva el asunto de Dinamarca. Y el primer ministro de este país ha manifestado que ello resulta imposible por lo menos hasta después del verano de 1993, más allá de lo que recomienda -aunque no exige- el tratado en su artículo R (apartado 2). González replicó ayer que quienes no quieran cumplir sus compromisos deben permitir al resto que continúe; si ésta es una buena posición dialéctica para forzar, al Reino Unido a cumplir sus compromisos, no puede implicar la pretensión de que este país abandone la Comunidad: ésta ya no sería lo mismo.

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Tiene sentido que España defienda, en la cumbre extraordinaria de octubre, el criterio de ratificación antes del 31 de diciembre. Pero los ciudadanos españoles han de saber que las posibilidades de que esa postura no prospere son considerables. Y sobre todo que si no progresa, no por ello España se queda aislada y sin objetivos; quien se quedaría sin ellos seria, en todo caso, el Gobierno. Esa impresión dio la obsesión de González al no esbozar ningún mecanismo ni estrategia para desbloquear las posiciones más renuentes al proceso de Unión Europea. El voluntarismo puede ser una virtud si va acompañado de medidas, ideas, tácticas que adapten los objetivos a las nuevas situaciones. Es decir, si se hace realista. En caso contrario resulta desmoralizador. Y ése fue el efecto de la comparecencia de Felipe González en televisión. El gran comunicador que ha sido hasta ahora quedó inédito.

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