Algo más que una actriz
Mi abuela, que en paz descanse, adoraba a Mary Santpere. Cada vez que aparecía por televisión se le dibujaba en la cara una sonrisa de palmo, y acto seguido me explicaba que esa mujer llevaba el humor en la sangre, pues no en vano era la hija del gran Josep Santpere, estrella del Paralelo cuya irrupción en el escenario, frecuentemente en calzoncillos, generaba una hilaridad francamente notable. La misma, supongo, que a mí solía producirme la presencia en blanco y negro de la señora Santpere en el salón de mi casa.
Lo primero que llamaba la atención en esa mujer era su aspecto. Para empezar, ocupaba más espacio que aquella Margareth Dumont a la, que solía brutalizar Groucho Marx en sus películas. Para continuar, tenía una cara que lo decía todo, la cara de alguien dispuesto a vengarse afablemente del mundo a base de ponérselo por montera y reírse de él. Y para acabar, ponía su contundente acento catalán al servicio de unos textos, a veces amables, a veces no tanto; a veces buenos, a veces no tan buenos, que, dichos por ella, movían a la carcajada. Esta mujer era algo más que una actriz. Era una presencia que se imponía a los papeles que le caían en suerte o a los textos que otro había escrito para ella. Del mismo modo que Cassen resultaba gracioso aunque lo que dijera no tuviera a veces excesivo ingenio, algo similar sucedía con esta espectacular señora que, al cabo de tantos años de carrera, se había convertido en toda una institución para quienes la conocimos en la misma época que a Joaquín Prat, Franz Joham o la familia de Bonanza.
Como Cassen, tampoco tuvo excesiva suerte en el mundo del cine, aunque su participación en la saga berlanguiana iniciada con la Escopeta Nacional (la Santpere daba vida a una grotesca representante de la rama catalana de los marqueses de Leguineche) resultara absolutamente memorable.
Probablemente, la industria no estuvo a su altura y desaprovechó a la que era una de nuestras mejores actrices cómicas, pero no parece que tal cosa llegar a afectarla. Ella sabía que su misión en este mundo era hacernos reír y se aplicó a la tarea de manera total y absoluta.
Muchos echaremos de menos sanciones por televisión, especialmente necesarias en una época en la que ese medio de comunicación rebosa de humoristas siniestros que nos obligan a practicar el zapping más radical. Probablemente porque Mary Santpere era como de la familia, lo más parecido que uno podía encontrar a esa parienta cariñosa y algo chiflada que se dejaba caer por tu casa cuando eras pequeño y te animaba la tarde con sus comentarios. Mary Santpere aportaba, en cierta medida, una visión del mundo, una visión doméstica y humana de un lugar en el que, como ya cantaba Peret, es preferible reír que llorar.
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