Gonzalo Suárez no logra en 'La reina anónima' convertir una pesadilla en comedia
La película del director y escritor es la única española a concurso
Detrás de dos películas -la alemana Tierra perdida, de Andreas Keinert, y la norteamericana Inside Monkey Zenerland, obra de Jeffrey Levy- que nada arriesgan y por tanto nada obtienen, se presentó la única española en concurso: La reina anónima. Es obra de uno de nuestros mejores y más autoexigentes cineastas, Gonzalo Suárez, que en ella se enrola en una aventura estilística suicida: convertir una pesadilla en comedia. No lo consigue, a nuestro juicio, ni a causa del planteamiento contradictorio del filme podía conseguirlo. No obstante, a tenor del riesgo que conlleva, ésta sí es una película digna de entrar en liza en un festival.
Dijo Suárez en su conferencia de prensa algo así: "Picasso solía decir que no buscaba, sino que encontraba. A mí me ocurre lo contrario: busco y no encuentro". Suponemos que este "buscar y no encontrar" hace referencia a su carácter aventurero, a su gusto por el riesgo. Y quizá de manera no enteramente consciente hace referencia también a la búsqueda y el desencuentro que experimentó en su trabajo inmediatamente anterior a La reina anónima: un mediometraje para la televisión titulado El lado oscuro, en el que representó en forma de pesadilla un atroz documento verídico sobre las confesiones de un salvaje torturador argentino durante la dictadura militar en su país.Atrapado en la misma aventura
El desencuentro que Suárez alcanzó allí entre un suceso y su reconstrucción ritualizada y expresionista era de una explosiva frialdad, una llamarada gélida en la que, en efecto, nada encontraba, salvo la perplejidad que genera el contacto con el vacío absoluto o, si se quiere, con la ceguera de una cámara ante una impenetrable oscuridad interior. El resultado de esta apasionante paradoja visual era un puñetazo entre ceja y ceja que fue emitido por TVE hace unos meses.
Nos tememos que, todavía dentro del cerco de esta aventura escondida de su filmografía, Suárez sigue en La reina anónima atrapado por la misma aventura de estilo: dar forma de pesadilla a un suceso cotidiano. Pero esta vez se trata de un suceso en las antípodas de un documento: un suceso que aspira a respirar la pura ficción del aire libre de una comedia. Y el resultado es fatalmente el opuesto: lo que en El lado oscuro era un. hermetismo lleno de energía, en La reina anónima se convierte en un hermetismo apático, endeble, sin fuerza expansiva.
En una ficción de comedia es indispensable que el espectador alcance pronto y sin esfuerzo, con comodidad incluso, un sitio propio, suyo, ante lo que ocurre en la pantalla. Unos llaman a esto "punto de vista", pero es más que eso, pues en la comedia no sólo hay que ver, sino también participar. En una verdadera comedia no se puede ser sólo testigo del embrollo, sino, además, sujeto de él. El espectador que, en una comedia, no tiene posibilidad de entrar personalmente dentro del eje de la acción -en este caso, la actriz Carmen Maura-, se va de ella, se desentiende.
Y en La reina anónima no hay acceso desde fuera a las claves y el ritmo interiores del embrollo cómico. Gonzalo Suárez impone a la pantalla, de manera excluyente, su propio punto de vista y expulsa de él, sin proponérselo, o proponiéndose lo contrario, a todos, comenzando por la propia actriz, que no logra que su imán escape de la absorción de este agujero negro: el corsé férreo, hermético, sin porosidad, sin capacidad de captura o contagio, de una trama cómica ideada por Suárez exclusivamente para Suárez.
El cineasta se excede en su dominio de lo que ocurre en la pantalla: sólo él es dueño de eso que ocurre y esto es mortal de necesidad para una comedia, género en el que, por muy singular que sea su enfoque y desarrollo, es indispensable dar libertad al actor, en la medida que sólo éste puede crear libertad en el espectador. Los intérpretes de La reina desnuda no son libres o al menos no actúan como si lo fueran, por lo que no nos pueden contagiar de lo que carecen u ocultan.
Tierra de nadie
El resultado crea frustración. Asistimos a una aventura tan ajena que no podemos embarcamos en ella, embarrancados en la butaca. No es que la perplejidad que crea esta imposible pesadilla cómica nos descoloque: es que no llega a colocamos. Nos quedamos fuera, en tierra de nadie, inmovilizados ante una pantalla en la que todo es rico, todo es inteligente, salvo el todo.
Todo o nada
La comedia es al mismo tiempo el más matemático y el más libre de los géneros cinematográficos. Tiene algo de círculo, de mecanismo de relojería que funciona por sí sólo, sin la presencia de quien le dió cuerda. De ahí que en una comedia cuando el todo no funciona, no funciona nada, por bueno que sea.
La reina anónima tiene riquezas en plural: decorados expresionistas, muy bien fotografiados, concebidos y realizados; un excelente oficio por parte de los intérpretes; un denso y brillante basamento literario, que deja adivinar detrás de la pantalla una magnífica incursión en la dramaturgia del absurdo por parte de Suárez, que es un poderoso escritor; ráfagas fuertes de humor negro; y seguramente muchas más.
Es la totalidad, el armazón, lo que se resquebraja en La reina anónima, pues el todo en una comedia lo construye la mirada del espectador: un sagrado e insoslayable axioma formulado por Ernst Lubitsch, que en este terreno se las sabía todas. ¿Qué es una comedia sin fuerza elíptica? Nada. La elipsis es un vacío, imagen que sólo puede llenar la imaginación del espectador. Y en La reina anónima hay escaso, por no decir nulo, sentido de la elipsis.
Babelia
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