Márkovic desperdicia una buena idea sobre la Yugoslavia de Tito
Ayer, sábado, se presumía que la programación oficial de esta edición del festival donostiarra presentaría alguno de sus platos fuertes. No fue así. Las dos películas en concurso fueron dos coproducciones franco-británicas: The favour y Tito y yo. La primera es pésima y a la proyección siguió el vacío. La segunda está dirigida por un veterano del cine yugoslavo, Goran Márkovic, al que no le será fácil sacar adelante su producto.
La organización del festival se cubrió las espaldas en esta importante jornada de la programación oficial con la proyección, fuera de concurso, pues ya fue presentada hace cinco meses en Cannes y allí triunfó, de la magistral última obra de Robert Altman, The player. Este admirable filme se estrenará pronto en España. Aquí cumplió una función meramente ornamental y protocolaria, y el público agradeció que el talento que desbordan sus imágenes redimiera a la pantalla del Victoria Eugenia de la mediocridad del primer filme en concurso y de la sensación de frustración que causa el segundo.The favour está dirigida por el británico Ben Lewin, y sobre el papel cuenta con muy buenos elementos de base: el soporte literario del escritor francés Marcel Aymé y la presencia en el reparto de intérpretes de la talla de Bob Hoskins, Jeff Goldblum y Natasha Richardson, que, aunque todavía le falta mucho que aprender, recuerda al estilo de su madre, Vanessa Redgrave. Pero es sabido que si en gastronomía se puede hacer el peor guiso con los mejores ingredientes, otro tanto ocurre en cine. El hermoso relato de Marcel Aymé La calle de San Sulpicio quedó reducido a un espectro hinchado de sí mismo e, irreconocible.
Pero si a The favour se le ve desde las primeras secuencias que no va a ninguna parte, no ocurre lo mismo con Tito y yo. En ésta, el guionista y director, Goran Márkovic, nos hace concebir en la primera media hora fundadas esperanzas de que podemos ver toda una película viva e interesante. El retrato de la vida familiar de un niño yugoslavo raro, distinto, que se sale de la norma del que era su país en el año 1954, en la plenitud del despotismo del mariscal Tito, tiene gracia, sencillez y poder. Pero lo cierto es que el resto de la película se vuelve contra su excelente comienzo y destruye su excelencia, convirtiéndola en una decepción cada vez más aguda.
Si la primera película aburre, la segunda irrita; si la primera duerme, la segunda defrauda. Y defrauda en sentido literal: genera en el espectador sensación de fraude, de anuncio de un regalo que finalmente no se nos da. Un relato itinerante tiene leyes rígidas e insoslayables, pero Márkovic las elude todas o no sabe cómo ponerlas en movimiento y pro porcionarles un armazón se cuencial o temporal adecuado.
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