Un juicio engorroso
EL ENCARCELAMIENTO de Erich Honecker en la prisión alemana de Mohabit pone fin a siete meses de negociaciones-desde que, en enero, se refugió en la Embajada de Chile en Moscú en las que han intervenido las diplomacias alemana, rusa y chilena. Al final se ha impuesto la exigencia germana de que sea devuelto a su país para ser juzgado. Es evidente que la devolución de Honecker a Alemania plantea problemas molestos a los tres países afectados por el caso.En la izquierda chilena, algunos de cuyos dirigentes fueron acogidos en la extinta RDA cuando la dictadura de Pinochet les obligó al exilio, se ha criticado el rechazo de asilo de Honecker. El Partido Socialista, que participa en el Gobierno, ha manifestado su disgusto por la expulsión del veterano líder comunista alemán de la sede de la Embajada chilena. En Rusia, Borís Yeltsin se, había comprometido, cuando estaba en la oposición y alardeaba de ser más prooccidental que el entonces presidente Gorbachov, a devolver a Honecker a Alemania; ahora no podía actuar de otra manera. Pero, en la actualidad, la solución dada al tema ayuda sobre todo a los enemigos de Yeltsin. Ciertos sectores, y el propio vicepresidente de Rusia, Rutskoi, se han pronunciado contra la entrega de Honecker con argumentos nacionalistas y denunciando la claudicación ante la presión alemana. En el diario Pravda se acusa a Yeltsin de haber traicionado a un antiguo compañero comunista, sentando además un precedente para el procesamiento de todos los antiguos dirigentes comunistas.
En la insistente actitud de Bonn juegan diversas razones: por un lado, la voluntad de demostrar que Alemania ha recuperado un gran peso político al obligar a Rusia a devolver a quien había huido en un avión militar soviético. Por otra parte, hay que contar con la presión de los sectores de la antigua RDA represaliados durante el régimen comunista y que piden que la justicia no se limite a la condena de meros y obedientes funcionarios. En el ámbito electoral, también influye la importante pérdida de votos de la democracia cristiana en la Alemania oriental. El canciller piensa que el proceso de Honecker le ayudará a recuperarse. Sin embargo, después de todos los esfuerzos que ha hecho para que, Honecker comparezca ante los tribunales, el Gobierno alemán insiste ahora en que no se trata de hacer el proceso del régimen, sólo de sancionar los delitos que puedan ser probados jurídicamente. No obstante, en este terreno las dificultades son enormes, ya que se aplicarán las leyes de un Estado (la Alemania actual) a actos cometidos en otro Estado (la RDA) con distinta legislación.
Hasta ahora, los procesos de antiguos dirigentes comunistas han sido lamentables: la precipitada condena a muerte de Ceausescu y su esposa no ha evitado que en Rumania sigan dominando los residuos del aparato comunista. El proceso de Yivkov en Bulgaria se desborda a consecuencia de las numerosas ramificaciones y no se le ve fin. Aún mayor fiasco está resultando el proceso que se sigue al PCUS en Moscú, anunciado a bombo y platillo y que se pierde en contradicciones infinitas, sin que haya contribuido para nada a esclarecer la naturaleza del régimen comunista ni los horrores de los que es culpable.
A todas luces hace falta que se elabore un análisis y un juicio histórico, lo más completo posible, sobre lo que han significado los regímenes comunistas sin esconder los pasajes más turbios. Pero algo muy distinto es enjuiciar a ciertas personas ante los tribunales para culpabilizarlas de todas las tragedias y torpezas cometidas. Aplicar el código penal a las responsabilidades políticas de los dirigentes suele ser ineficaz. Es más sensata la actitud de los polacos, inspirada en la experiencia de la transición española: JaruzeIski escribe sus memorias y discute con, personas que él mismo encarceló, como Adam Miclinik, la historia que ambos han vivido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.