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Dos teatros inexpertos

Los teatros de la Bastilla de París y la Maestranza de Sevilla han unido sus nerviosos destinos con un penoso accidente que daña la imagen de ambos por igual. Por eso son de pésimo estilo las primeras declaraciones de algunos políticos y responsables culturales sevillanos, empezando por el propio delegado del Gobierno en Analucía, quitandose de encima responsabilidades locales y echando la culpa de todo a los técnicos franceses. Es el mismo proyecto y la desgracia es común, aunque el "sálvese quien pueda" haya prevalecido sobre la solidaridad en el dolor. Los dos teatros habían tenido irregularidades en sus cortas trayectorias anteriores. En la función inaugural del de la Bastilla se produjo un choque entre un panel móvil y otro fijo, desprendiéndose una viga que afortunadamente no cayó encima de Héctor, presente en ese momento en escena. El susto aterrorizó el clima triunfalista de la primera representación de Los troyanos de Berlioz. Se decía entonces que los técnicos no estaban suficientemente rodados en la compleja maquinaría de que dispone el teatro francés y hasta incluso se dice hoy que es difícil extraer de ella todas sus posibilidades.

Una vida agitada

La vida del teatro de la Maestranza de Sevilla siempre ha estado agitada. Pensado primero como auditorio se tuvo que adaptar sobre la marcha a las características de un teatro de ópera. Al principio hubo problemas de sonido por la configuración arquitectónica, corregidos ya con la actual acústica rápida elogiada por solventes intérpretes. En Carmen se tuvieron que suspender algunos ensayos porque se hundía el escenario, cuestión bastante silenciada. Y en la reciente Traviata, sin ir más lejos, el director musical de la Scala de Milán Riccardo Muti se lamentaba de las pequeñas dimensiones del escenario.

Estos incidentes han dado al teatro sevillano una cierta imagen de inseguridad. La necesidad del éxito en la espectacular programación de esta temporada y las planificaciones con prisas han llevado también a decisiones bastante discutibles. Quedan muchas incógnitas. ¿Quién se empeña en traer, sin una cuidada adaptación, montajes escénicos cuyas dimensiones sobrepasan las medidas del teatro? ¿Hubo exceso de celo en los ensayos de Otello y aglomeración de cantantes del coro en puntos que no podían soportar un peso determinado? ¿Tenían garantías de resistencia los puntos de sujección? ¿No existen responsables del teatro de la Maestranza que controlen y supervisen las condiciones técnicas y forma de funcionamiento de las ilustres compañías invitadas? Sean cuales fueren las razones, el trágico accidente no tiene vuelta de hoja. Dos teatros han quedado marcados. Lamentable.

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