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Un gafe con chistera

Sepúlveda / Ortega, Espartaco, Rincón

Toros de Sepúlveda, muy desguales de tipo, anovillados excepto tercero y cuarto (este, con trapío, pero absolutamente inválido), impresentable el quinto, manejables en general; tercero y sexto reservones con algunos problemas.

Ortega Cano: estocada (dos orejas); estocada atravesada y dos descabellos (ovación y salida al tercio). Espartaco: estocada corta perpendicular (dos orejas); tres pinchazos y bajonazo escandaloso (aplausos). César Rincón: bajonazo (oreja, clamorosa petición de otra y vuelta al ruedo); estocada baja pescuecera (oreja). Los tres espadas salieron a hombros.

Plaza de Pamplona, 12 de julio. Octava corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

Íbamos al pleno: Ortega Cano había cortado dos orejas, que son esas dos, suma y sigue; Espartaco había cortado otras dos, que son cuatro, suma y sigue, y César Rincón merecía otras dos, que ya habrían sido seis -suma y sigue- pero el presidente fue y sólo dio una -que hacían cinco-, con lo cual cortó la racha y gafó la corrida. Por culpa de aquel gafe con chistera, no hubo pleno, sino la mitad -seis orejas en total, sumada la que cortó César Rincón al final de la fiesta- dejando reducido al 50 por 100 lo que deseaba fervientemente el alborotado público.

El público ya estaba alborotado antes de empezar la función porque había ganado Indurain. Según iba entrando a la plaza preguntaba al vecino de localidad si había visto por televisión la proeza, y el vecinco de localidad se sentía ofendidísimo porque ¿cómo podía dudar nadie, menos aún un navarro, de que hubiera visto la proeza de Indurain? Los mozos de las peñas corearon en diversos pasajes de la corrida el nombre del ídolo, alternándolo con menciones expresas al alcalde de la ciudad Aunque no con las misma intención, naturalmente. En las referencias a la autoridad, decían, a grito pelado: "!Con este alcalde, vamos de culo!" y se volvían de espaldas, meneando el susodicho.

El triunfalismo estaba desatado y cuando Ortega Cano muleteó despegado, ventajista, reiterativo y ceremonioso a un torito pastueño, le pidieron las dos orejas, y el presidente las concedió complacido. Dos orejas de entrada, después de una faenita superficial, significa que aquello es un coladero. Pero el presidente eso no podía saberlo. En Pamplona ponen de presidente un concejal vestido de chaqué y chistera, y como normalmente de toros no tiene ni la más remota idea, parece un muñeco en un escaparate.

Siguieron cayendo orejas... A un novillote que embestía con la cara alita, Espartaco lo enceló bien, lo toreó con sus habituales prisas, pegó rodillazos y las dos orejas de animalito acabaron en sus manos triunfadoras. Se hizo presente después César Rincón, ya en plan rompedor. Dio dos largas cambiadas de rodillas, lanceó por verónicas torerísimas e instrumentó una faena valerosa.

Hubo defectos, seguramente graves, en la faena. El toro se puso reservón cerca de chiqueros, y en lugar de mudarlo a otro terreno, le presentó allí la pelea. Realmente ganó el toro, pues Rincón no pudo sacarle limpios los pases, e incluso sufrió una voltereta. Sin embargo el público vibró con sus alardes de valor y cuando vio que tras el percance volvía a la cara del toro, sin mirarse el cuerpo y con renovada entrega, fue el delirio.

Mató Rincón de un bajonazo y al público le dio igual. Llega a estrangular al toro y lo mismo le habrían pedido las dos orejas, seguramente el rabo también, la pata, todas las patas. Al presidente le dio entonces por ponerse riguroso y sólo le concedió una oreja, pero ya era tarde. Le dijeron lo que al alcalde, o quizá peor. No se podía entender muy bien, con aquel estruendo... El tendido de sol entero bramaba !ioúta!, o algo así.

Gafada la corrida, a Ortega Cano le salió un toraco, al que toreó sin ángel y no le cortó ninguna oreja. A Espartaco un novillejo de tarda embestida al que muleteó voluntarioso y mató mal, y tampoco le cortó ninguna oreja. César Rincón volvió a torear donde quería su segundo toro y tampoco le hubiese cortado ninguna oreja de no ser por la ley de las compensaciones, que la afición pamplonesa cumple a rajatabla, y para desagraviarle de la anterior ofensa, le dio una. Ahora bien, la gente no salió contenta de la plaza, pues sólo hubo seis orejas cuando pudieron ser 12. Y el que menos se quedó con las ganas de coger al presidente y dejarle la chistera convertida en un acordeón.

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