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Un cigarrito para calentar la voz

Amelia Castilla

A Camarón nunca le gustó ir al médico. Frecuentaba a los curanderos y a los sabios, como hace su gente. Hacia años que le habían diagnosticado una mancha en los pulmones, pero él no iba a preocuparse por eso.Como buen gitano, sólo vivía, y además intensamente, el presente. Sólo al final, cuando se sintió muy malito, se prestó a entrar en un hospital y a ponerse en manos de los doctores. Ni entonces fue capaz de dejar de fumar. Dos de. sus hermanos, fumadores empedernidos como el Camarón, que llegaba a consumir 60 cigarrillos cada día, están enterrados junto a él en el cementerio de San Fernando.

Su vicio era la nicotina: "Yo para cantar me tomo mi copita y luego para calentar la voz me fumo mi Winston", les decía a sus amigos. Lo otro, la cocaína y el caballo, eran para los tiempos de espera. Sólo sus amigos saben que su muerte no tiene nada que ver con el sida. Él decía que no le gustaban las agujas, que nunca se pinchó.

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Tampoco se preocupó nunca por el dinero. "¿Os ha gustao?", solía preguntar a sus amigos, productores y representantes cada vez que grababa un disco o acababa un concierto. Era lo único que le preocupaba de verdad. Lo otro eran cosas materiales. Sin embargo, algunos de sus allegados se mostraban preocupados estos días por la situación económica de la familia. Deja viuda y cuatro hijos. El menor, Joseiyo, fue bautizado pocos meses antes de la muerte de su padre. Y cuentan que sólo las pruebas y el tratamiento al que fue sometido en un hospital norteamericano costaron cerca de 15 millones de pesetas.

'Gracias, Camarón'

Tomatito, que durante estos tres días se ha mantenido en todo momento al lado de la familia, recibió el viernes el cadáver de su amigo en el aeropuerto sevillano. Cuando un agente de la guardia civil trataba de explicarle que un vehículo policial abriría el cortejo en dirección a la isla, el guitarrista replicó: "¿y por qué no van detrás?"

Sólo en el último momento, cuando su segundo padre entraba en el cementerio, sintió que no podía más y se fue. Ni siquiera las gafas oscuras conseguían ocultar sus ojeras.

Tomate, el guitarrista que creció a su lado y el que fue su cómplice y su escudero, no volverá a escuchar a su maestro gritarle, mientras cogía su guitarra para jugar a equivocarse: "A ver si pierdes el compás". Y así se divertían como niños. Pero los niños también se mueren.

Ayer, poco después de que fuera enterrado el príncipe gitano, el músico Kiko Veneno, buen amigo del cantaor con el que colaboró en La Leyenda de tiempo, brindaba así por el maestro: "Gracias, Camarón!".

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