Morir con la boca cerrada
A los hispanistas de fuera aficionados a las corridas de toros nos resulta cada vez más problemático defenderlas ante las constantes críticas de animalistas, ecologistas y eurodiputados semivegetarianos. Inútil comentarles que se vayan a inspeccionar las factorías agrícolas y los mataderos de sus propios países y que luego se abstengan de comprarse zapatos de cuero u otras prendas de piel de animal; inútil ya insistirles que la raza Bos taurus ibericus, parecida al búfalo americano o al toro salvaje escocés, se extinguiría como éstos si no se criara para la lidia; inútil también desmentirles que a la fiesta nacional sólo van turistas japoneses, gente mayor añorante del franquismo o simplemente machistas incondicionales; inútil, por fin, intentar convencerles de que la tauromaquia no es un deporte cruel y desigual como la caza de zorros, la que se realiza en la oscuridad del bosque, sino que, mucho más que un arte, es un rito mitológico que se remonta a la prehistoria ibérica, practicado coram publicum, y que jamás van a comprender la cultura española o informarse del carácter vasco-castellano-andaluz sin hacer un serio esfuerzo por entender de toros.¿Cómo contarles la emoción producida en algunas de estas isidradas? Si la Maestranza, donde me aficioné en los años cincuenta, se consideraba el templo sagrado del rito, Las Ventas debe constituir a la vez la cátedra y la catedral. Aquí, los presidentes no solían conceder fáciles los apéndices; aquí, la banda no tocaba pasodobles para alegrar (y dar ligazón musical a) las faenas; aquí, incluso los espadas consagrados sentían obligación de demostrarse estar por encima de su lote; aquí, los nuevos novilleros se jugaban la vida para salir adelante...
Y ¿en estas fiestas? Se quejan como siempre de toros mansurrones, parones y descastados, que mueren con la boca cerrada; además, este año que si el nuevo reglamento dificulta la suerte de varas, que si las banderillas no se pegan como otrora, que si el piso está más blandito... Las faenas en corrida y novillada que más me emocionaron han sido las de Mariano Jiménez y Óscar Higares, quienes dan indicios de poder entender y enfrentarse con cualquier bicho que les salga, y, es más, de saber poner orden en el ruedo. Pero los euroanimalistas no nos van a dejar contárselo ahí: nos condenan a morir con la boca cerrada.
Babelia
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