El 'Swing' como polizón
Si los músicos europeos gozan de alguna ventaja sobre los norteamericanos al enfrentarse al jazz es cuando disponen de una gran orquesta. El estudio de la distribución y acción de las masas sonoras ha sido una actividad favorita en Europa, tanto que, a brutales empujones o a pequeños impulsos, ha evolucionado hasta alcanzar grados de exquisito refinamiento. La Vienna Art Orchestra ha aportado su granito de arena a esta tradición durante los 15 años que lleva en activo, si bien su empeño es más arriesgado, pues pretende incorporar ciertos elementos extraños a la cultura de la que procede. Aunque recorre habitualmente el circuito del jazz, las composiciones que interpreta se antojan pequeñas sinfonías, con sus alegros, sus andantes, sus adagios... Todos los movimientos en su lugar: los de las manos de su director, Mathias Rüegg, y los de los músicos.
Vienna Art Orchestra
Trece músicos dirigidos por Mathias Rüegg. Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista. Madrid, 29 de mayo.
Los responsables del repertorio de la orquesta no exploran un solo motivo, sino que su intención es provocar cambios drásticos a cada vuelta de partitura. Tanto en los títulos misteriosos, C.N.P.A. part I, como en los decididamente descriptivos, Flowers of friendship, por momentos se echa en falta mayor fijeza en una atmósfera determinada, reposo en la idea y hondura en su expresión. Y eso que en la VAO hay un puñado de enormes músicos, brillantes en la ejecución de sus respectivos instrumentos y sobrados conocedores de sus posibilidades.
Relucen sus perfectas técnicas y maravilla su versatilidad; no cometen ni una sola incorrección, ni rellenan un minuto de forma gratuita. Saben cuando empiezan y cuando deben acabar: sus compases están contados; hasta las licencias expresivas, que en los jazzmen surgen espontáneamente, parecen en ellos, músicos totales, premeditadas de puro cultas.
Especialmente atractivas resultaron las intervenciones de la nueva cantante Corin Curschellas (sustituta de la excelente Lauren Newton), dueña de una deslumbrante colección de recursos (desde rasurar el micrófono con una afeitadora eléctrica hasta jugar con su voz sintetizada), y el solo del contrabajista Peter Herbert con el arco, más propio de Ludwig Streicher que de Paul Chambers. Pero ni en estos dos casos concretos ni en la actuación global de la orquesta, el swing apenas fue algo más que un polizón condenado a sacar la nariz a hurtadillas de su escondrijo para respirar aire fresco sólo de vez en cuando.
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