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El 'afrikaner' imprevisible

Frederik W. de Klerk, de 56 años, es el afrikaner en que menos se pudiera pensar para encabezar a este tan especial grupo étnico y hacerle entregar el poder a la mayoría negra. Cuando en 1989 accedió a la presidencia, después de que su antecesor Pieter Botha dimitiera en un arrebato de ira, se le describió como un hombre sin personalidad y con inclinaciones hacia el conservadurismo, pero, se convirtió en el miembro más liberal del Gabinete.De Klerk procede de una familia puramente afrikaner, a cuya mesa se sentaban los domingos a almorzar presidentes, senadores y ministros. Sin embargo, también es un devoto cristiano al que sus creencias religiosas hicieron tomar un camino nuevo y darse cuenta de que Suráfrica no tenía otra opción que distanciarse drásticamente del inhumano apartheid.

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En un plazo de dos años, De Klerk ha creado un país que no tiene nada que ver con el que heredó de Botha, tras arrojar por la borda los principios sobre los que se sostenía el gobernante Partido Nacional. Abordó el desafío de abrir la caja de Pandora del apartheid con el fin de acabar con la falta de igualdad de oportunidades entre negros y blancos en educación, vivienda y trabajo, lo mismo que con un sistema económico antinatural, consecuencia del sistema de separación de razas.

El presidente surafricano valora el principio del Gobierno de la mayoría, pero está convencido de la necesidad de proteger los derechos de la minoría blanca, cuya colaboración considera necesaria para tratar con los difíciles problemas del paro, del crecimiento demográfico y de un sistema educativo que no puede hacer frente a la demanda.

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