'Carmen' seduce a lo grande en la fábrica de tabacos y la plaza de La Maestranza
Triunfo de la ópera dirigida por Domingo y Espert e interpretada por Berganza y Carreras
AGUSTI FANCELLI Una larga ovación al filo de la medianoche coronó el brillante regreso de Carmen, la cigarrera maldita, a su ciudad natal, Sevilla. El Teatro de La Maestranza, a escasos metros de la Fábrica de Tabacos que da empleo a la heroína al inicio del drama y de la plaza de toros que mudamente la ve morir al final, fue un clamor tras una versión antológica del título lírico sevillano por excelencia. Varias personalidades de la política y la cultura se dieron cita en el acontecimiento. Entre ellas, el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves; el alcalde de Sevilla, Alejandro Rojas Marcos, y el vicesecretarlo del PSOE, Alfonso Guerra.
Plácido Domingo, a la batuta; Nuria Espert, en la dirección escénica; Teresa Berganza como Carmen; José Carreras en la piel de don José; Cristina Hoyos mandando la coreografía. Si de lo que se trataba era de enseñar al mundo, en el inicio de la temporada operística de la Expo, las potencialidades líricas del país, no se podía buscar mayor relumbre.A veces, estas operaciones quedan en pura mercadotecnia, sin mayores perspectivas artísticas. No fue éste el caso de la Carmen de la Maestranza. Berganza dio vida a un personaje lleno de matices, vitalísimo; Carreras se mostró en plenas condiciones vocales, como no se le oía desde hace tiempo. Merecidísimos también los aplausos para la dirección escénica de Nuria Espert, la escenografía de Gerardo Vera y el trabajadísimo vestuario de Franca Squarciapino. Domingo se mostró algo tímido como director, pero supo respetar con acierto las voces. Al final de la función, a la que además de las personalidades citadas también asistieron gentes de la cultura como el director de escena Piero Faggioni, la presidenta de la Fundación Albéniz Paloma O'Shea, Jesús Aguirre, duque de Alba y el presidente de la Comisión del Quinto Centenario, Luis Yáñez, la acogida positiva del espectáculo era unánime.
Se trata de una versión que tardará mucho tiempo en poderse repetir: por eso parece un delito que ninguna televisión estuviera allí para registrar el acontecimiento de cabo a rabo.
Serenidad
Pocas horas antes del estreno, Plácido Domingo se mostraba tranquilo. Repartía sonrisas, firmaba autógrafos al viento y comía croquetas discretamente en el fabuloso agasajo que Tabacalera Española, patrocinadora de la ópera, ofreció en la mismísima plaza de la Maestranza. "Me siento con una serenidad mucho mayor que si tuviera que cantar", declaraba a este diario. "De hecho, si hubiera tenido que hacerlo ahora no estaría aquí". La ausencia del festejo de los cantantes corroboraba su afirmación. "Como director de orquesta tengo responsabilidades mucho mayores, porque soy el artífice del concepto global de la obra. Pero eso, para bien o para mal, ya está construido durante los ensayos, de manera que ahora puedo estar aquí, sin mayores preocupaciones".
"Es la primera vez que dirijo a Carreras en una ópera completa", proseguía el tenor-director. En los ambientes líricos había expectación por saber cómo casarían dos concepciones de don José que en realidad se hallan a considerable distancia la una de la otra. El José que tantas veces ha cantado Domingo es pasional, arrojado, violento: en definitiva, un mediterráneo hijo de mamá descarriado.
Por el contrario, el de Carreras, que construyó el papel nada menos que con Karajan, es más transparente, "menos gladiador" -en expresión que gusta repetir al tenor catalán-, marcado por las circunstancias. "Yo no creo que haya tanta diferencia como se suele decir entre las dos concepciones del personaje. Pero en todo caso es Carreras quien hace de José, no yo. O sea que he respetado su forma de ver las cosas en todo momento". La respetó y el resultado fue espléndido, en un mano a mano sin precedentes de dos grandes intérpretes de un mismo papel al servicio de una misma partitura.
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