Paco Peña levantó al público cn su misa flamenca
Á. ÁLVAREZ CABALLERO La Misa flamenca de Paco Peña, que fue creada en Londres por encargo del Wratislavia Cantans Festival, ha tenido su estreno español en la catedral sevillana con todos los honores. Y con la máxima dignidad deseable. Quienes siguen anclados en el pretérito y pensando, quizá, que este arte es cosa de gitanos y otras gentes sospechosas tendrían que reflexionar al respecto.
Gitanos hubo unos cuantos en el grupo flamenco de Paco Peña, compartiendo méritos y honores en igualdad con un grupo culto de la categoría del Coro de la Academy of St. Martin in the Fields, quienes, por cierto, salieron en mangas de camisa, sin la pajarita del esmoquin, para estar a tono con los flamencos.
Coro, por supuesto, que dio una lección de profesionalidad admirable al adaptarse a la obra flamenca, bajo la dirección de Laszlo Heltay, con una propiedad abrumadora. Es difícil, por principio, que un coro cante flamenco. Que lo haga un coro británico, y que lo haga con perfecta adecuación -incluida la pronunciación de los textos castellanos-, nos deja perplejos.
Para este coro y sus cantaores y músicos flamencos, Paco Peña ha creado una obra compleja, de dificil ejecución casi siempre, ya que integra con rigor sin concesiones la expresión coral en los estilos flamencos. Paco Peña demuestra, como creador, que es no sólo un guitarrista flamenco excepcional, sino también un músico, sin adjetivos limitadores, capaz de cualquier empeño. Hay partes de esta misa -el Gloria por aires de Huelva, el Credo por peteneras, el Canto eucarístico y Despedida por bamberas y alegrías, por poner sólo unos ejemplos- que tienen el empaque de música sinfónica, brillantez y esplendor literalmente deslumbradores. Y que propiciaron apasionadas aclamaciones del público, que no pudo mantenerse sin expresar su beneplácito hasta el fin de la obra como hubiera sido lo ortodoxo.
Esta música, creaciones del talante de la obra que comentamos, nos están diciendo que el flamenco ha crecido en ambiciones, que puede ir, y de hecho está yendo ya, a un universo musical sin corsés justificados en la tradición.
Y no menos admirable que la adecuación de los cantantes británicos al espíritu de la obra flamenca es que estos gitanitos sin preparación ninguna, pero en posesión de un arte con el que vinieron al mundo, se produzcan a la altura de aquéllos en todos los sentidos. Cada uno tiene su momento de particular lucimiento, sean gitanos o no. La Sus¡ hace de la petenera una impresionante creación. El Chaparro, en el Padre Nuestro por martinetes, brilló con grandeza. El Ye Yé estuvo formidable en bamberas y alegrías. Dieguito tuvo muchos momento de enorme sentimiento jondo y capacidad de transmisión. Guadiana y El Meño, espléndidos igualmente, así como los guitarristas, Diego y Jesús Losada, y el percusionista Hernández.
El público que llenaba el recinto catedralicio, con el alcalde Rojas Marcos en primera fila, aclamó en pie al final, y obligó a repetir una parte, a los singulares artistas que habían brindado un concierto tan singular como inolvidable. La Misa flamenca de Paco Peña es ya, sin duda, un hito de especiales connotaciones en este género de obras.
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