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Tribuna
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Tres cuestiones de confrontación

Previa a otro tipo de consideraciones, habría que empezar por alguna que recuerde a todos el contexto político general en que nos hallamos el movimiento sindical y la izquierda. Por ejemplo, que de la crisis terminal del movimiento comunista internacional y del derrumbamiento de los sistemas existentes en los países del Este de Europa no se ha derivado, ni mucho menos, el fortalecimiento de la socialdemocracia. Al contrario, en el Este prosperan nociones de capitalismo feroz, con su correlato en el terreno de la política y de las ideologías. En el Oeste prospera la derecha, la ultradekecha y la disminución del crédito ciudadano hacia los partidos y las instituciones políticas. Quiere todo ello decir que si al ocaso comunista le viene acompañando un debilitamiento de la izquierda socialista y socialdemócrata es impensable que en nuestro país los retrocesos que, puedan sobrevenirle al PSOE lo sean en beneficio de las fuerzas a su izquierda. Los ejemplos de otros países son demoledores. Basta examinar lo sucedido en las elecciones en Suecia, Francia, Alemania o Italia, e incluso, aunque lo haya sido en pequeña proporción, lo ocurrido entre nosotros en Cataluña. Ni siquiera la experiencia de 12 años de thatcherismo en Reino Unido, que ha dejado a la economía bajo mínimos, a la protección social en abierto retroceso y a los sindicatos en bastante peor situación, ha podido evitar una nueva mayoría absoluta de la derecha.Los dos únicos países donde todavía gobiernan los socialistas en solitario son Francia y España. Falta relativamente poco tiempo para que en uno y otro se celebren elecciones generales. En Francia, con un 18% conseguido semanas atrás en las regionales, está cantada la defenestración de los socialistas. En España...

Deslizamiento a la derecha

En España se confía en que el neoperonismo del Partido Popular y su probada incapacidad para implantarse en Cataluña y Euskadi, así como su profunda diferencia respecto de los socialistas en algunas regiones, le impidan siquiera convertirse en mayoría minoritaria. Tampoco parece, de momento, previsible que por los intereses de CiU y PNV en sus respectivas nacionalidades, dadas sus bases sociales, estén dispuestos a abrir hueco al PP coligándose con él en un hipotético gobierno de la nación. Pero creer que esto no pueda llegar a suceder y confiar en que ante un probable retroceso del PSOE éste tiene asegurada la permanencia en el Gobierno mediante la alianza con los nacionalistas es bastante arriesgado, aparte constituir un evidente deslizamiento hacia la derecha cuyos efectos se notarían no sólo en la política general, sino en el propio PSOE como partido. Con medidas y proyectos como los tres que comentamos cabría la sospecha de que los mentores de nuestra economía ya han hecho esa apuesta.Resumiendo, la confrontación Gobierno-sindicatos y el que a la irritación de estos últimos y sus próximas movilizaciones le puedan suceder nuevas medidas restrictivas en la sanidad, flexibilizaciones laborales, privatizaciones, etcétera, que desemboquen en una huelga general a muy pocos meses de las elecciones, tiene un beneficiario neto: la derecha. También podría derivarse que en el seno del PSOE los sectores más sensibles hacia lo social y a las posiciones más netas de izquierda, todavía muy numerosos, vieran irreversiblemente mermadas sus posibilidades de imprimir un cambio a este nada alentador panorama. Habría que añadir que los guiños del PP a los sindicatos que, por cierto, parecen no producir demasiados ascos, pueden transmitir a los trabajadores la impresión de que existe un cierto indiferentismo respecto de quien gobierne. Pues bien, con el PP gobernando la ley de huelga sería mucho peor y el programa de convergencia estaría calcado de las propuestas hechas en la reciente asamblea de empresarios, cuyo contenido deja en color rosa benévolo lo que hace y dice Carlos Solchaga.

Asimilar experiencias

Que aún se está a tiempo de variar el rumbo de los acontecimiento no es un ejercicio de voluntarismo. Depende, obvio es decirlo, del Gobierno. Pero también de cómo se han asimilado desde los sindicatos las experiencias más próximas. Por ejemplo, a CC OO y UGT les asistían legítimas razones para convocar, en su día, la huelga del 14-D, pues se daba un ostensible crecimiento económico y persistía la tendencia a su cada vez más desigual distribución. Pero no se acertó luego, en las negociaciones que se abrieron, al rechazar la última propuesta que el Gobierno hizo. Afortunadamente se corrigió bien en las negociaciones y acuerdos de los primeros meses de 1990. Con posterioridad, faltó equilibrio en el tratamiento del frustrado pacto de competitividad, pues aunque el macropacto que se les proponía resultara indigerible por su excesivo escore hacia una injusta culpabilización de los salarios en los problemas de competitividad de nuestra economía, se debieron explorar más y mejor las posibilidades de acuerdo en una serie de cuestiones.Hoy sobra razón a los sindicatos para rechazar que, además de un serio recorte a la protección de los desempleados, se hayan enterado apenas unas cuantas horas antes de su publicación en el BOE. También es reprobable que estando en fase de culminación una razonable propuesta sindical para la regulación de la huelga, el Gobierno se haya anticipado con un proyecto no asumible -contiene varios retrocesos sobre el decreto ley de 1977-, que no hace más que dificultar al extremo las posibilidades de acuerdo en un asunto donde es fundamental que lo haya. En cuanto a la convergencia con Europa, está claro que no puede admitirse que el pájaro en mano sean los variopintos recortes y flexibilidades en lo social, laboral y salarial, y el ciento volando sea un esperado crecimiento económico de más que incierta magnitud y distribución. Pero también es claro que sin un crecimiento económico mayor que el de la media, comunitaria no habrá convergencia real y que en las condiciones de nuestro país eso exige mucha ponderación a la hora de formular determinadas reivindicaciones. La cuestión es que de verdad se produzca un reparto equitativo de los esfuerzos, aspecto ciertamente ignorado en el programa del Gobierno.

En esto de la convergencia, el Gobierno debiera actuar en coherencia con la idea de que va a resultar inevitable que se renegocien diversos puntos de los acuerdos de Maastricht, pues, aparte las incertidumbres que se ciernen sobre la economía alemana, no es fácil creer que pudieran quedar descolgados, por su fuerte alejamiento respecto de algunas de las condiciones marcadas, países como Italia, Bélgica y quizás algún otro, sumándose así a los en cierto modo desahuciados para el proceso, como parecen serlo Portugal y Grecia. Por otra parte, no debiéramos ser en nuestro país más papistas que el Papa, como parece pretenderse en relación a los objetivos de inflación y de déficit público. Una tercera consideración es que, o se armonizan las metas de convergencia monetaria y las de cohesión económica y social, o se puede entrar en una dinámica tal que al final resulte que ni se cumple la una y que la otra, la cohesión, se aleje más de lo que ya está. La convergencia no puede alcanzarse por decreto. También habría de pensar el Gobierno que sólo Francia, junto con Luxemburgo, cumple hoy las cuatro condiciones acordadas en Maastricht. Y como antes se dijo, no parece existir duda de que Francia llegará a 1996 de la mano de la derecha.

Mayor entendimiento

El corolario de todo lo dicho es que tanto para el Gobierno como para el PSOE y el movimiento sindical resulta incuestionable la necesidad de un mayor entendimiento, que pasa en estos momentos por corregir lo hecho en relación al recorte de las prestaciones por desempleo, conseguir el consenso en las normas que regulen la huelga y buscar el mayor grado de acuerdo posible en los objetivos de convergencia y cohesión. Frente al radicalismo tecnocrático de un sector del Gobierno y frente al radicalismo, a secas, de alguna minoría sindical debiera imponerse el adecuado sentido político y la ponderación de los demás. Si no es posible un gran pacto que lo abarque todo, sí son posibles uno o varios acuerdos que contemplen aspectos insoslayables en cualquier proyecto serio de aproximación a los países punteros de la CE.La clave está en que desde ambos lados se actúe de acuerdo con la obvia consideración de que el enfrentamiento casi continuo y el impulso del presente hacia cotas que lo hicieran aún más traumáticos es un dislate del que ninguno vamos a salir bien parados.

Julián Ariza Rico es miembro de la Comisión Ejecutiva de CC OO y del Comité Federal del PSOE.

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