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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ratas y Europa

HAY MUCHAS cosas de las que sorprenderse y lamentarse en la huelga del personal de limpieza de edificios públicos que desde hace 19 días ensucia la Comunidad de Madrid. Hay que extrañarse de que los días transcurridos no hayan bastado para alumbrar un principio de acuerdo entre trabajadores y patronal, y hay que lamentarse de que la suciedad haya convertido en un peligro para la salud espacios públicos tan utilizados por los ciudadanos como el Metro madrileño, el aeropuerto de Barajas y algunos hospitales, colegios y universidades. También hay que interrogarse por qué, en este largo periodo, no ha cuajado ningún intento serio de intermediación para resolver un conflicto que exaspera a todo el mundo. ¿Quién está interesado en este deterioro progresivo de la vida pública? Nadie, ni la Administración central, ni la autónoma, ni el Ayuntamiento, ni las empresas concesionarias, ni los sindicatos -cada parte con sus intereses-, ha dado una salida a los ciudadanos, castigados en su salud y en su sensibilidad por la incomprensión y la intolerancia de los protagonistas de un conflicto insostenible, y por la falta de soluciones al mismo. Algo muy profundo está sucediendo en la España del 92 cuando nadie, absolutamente nadie, es capaz de evitar ese espectáculo catastróficamente tercermundista de la mierda inundando la capital.Lo primero que pasma de la situación es la dureza con la que se plantea. Una dureza relacionada con la escasa valoración salarial del trabajo y con la excesiva dependencia empresarial de las contratas oficiales: municipales y estatales. Los trabajadores se quejan de la insuficiencia de sueldos, que apenas superan el millón de pesetas anuales, mientras que los empresarios denuncian la práctica congelación de los presupuestos oficiales destinados a dichas contratas. Se forma así un círculo que sólo puede romperse a base de buen sentido y de voluntad negociadora, salvo que los implicados consideren admisible que sean los ciudadanos los paganos de su inflexibilidad.

Las autoridades están barajando -¡por fin!- medidas de urgencia, como la intervención de personal militar, para paliar los graves riesgos higiénicosanitarios que plantea la situación. Nada hay que oponer, sino todo lo contrario, a que los poderes públicos, en el marco de la legalidad, echen mano de todos los recursos a su alcance, incluso los extraordinarios, para resolver coyunturas que también lo son. El peligro de infecciones y de contaminación no es precisamente una invención, como lo demuestra el reparto de mascarillas a los trabajadores del Metro y del aeropuerto.

Pero de la huelga de limpiezas se puede hacer una lectura más general, y es que la mayor parte de los conflictos laborales de las últimas fechas afectan a terceros, indefensos ante los chantajes de una y otra parte. La convergencia con Europa, que implica en última instancia a la vida cotidiana de un país mucho más que las magnitudes macroeconómicas, aleja en este caso a España del sitio al que quiere dirigirse. No nos merecemos este decorado de ciencia-ficción en el que las ratas son las dueñas.

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