El golpe y la guerra
Una de las razones que ha esgrimido Alberto Fujimori para justificar el golpe de Estado ha sido que bajo su régimen de facto la lucha contra la insurrección de Sendero Luminoso podrá conducirse con energía y eficacia.Mucha gente en Lima parece creer que es así. En las últimas semanas, la prensa peruana publicó diversas crónicas y reportajes que mostraban las abismales deficiencias en el enfrentamiento con Sendero mediante el proceso legal: Jueces que ponían en libertad a_senderistas confirmados; pabellones enteros de la cárcel de Canto Grande totalmente controlados por los senderistas. Es decir, una imagen de ineficiencia, blandura y corrupción frente a un enemigo que avanza.
Fujimori también utiliza una arraigada actitud entre los peruanos, que tienden a apoyar en forma refleja las soluciones de mano dura, las expresiones altisonantes y maniqueas y a los caudillos recios, aunque a largo plazo se arrepientan de las consecuencias de lo hecho y terminen detestando a quien los mandoneó. En junio de 1986 durante el régimen de Alan García, cuando se consumó una matanza en tres penales en Lima, donde murieron cerca de 300 presos senderistas, la mayoría de los encuestados estuvo a favor de la acción, a pesar de que gran parte de las víctimas fueron asesinadas a sangre fría. A medio plazo, sin embargo, ese evento de sangre y horror erosionó considerablemente el régimen de García.
Ahora, una de las primeras acciones en la lucha contrainsur gente del Gobierno de facto ha sido encargar a la policía y al Ejército el control de las prisiones. Sin embargo, a nivel estratégico y a largo plazo, el derrocámiento de la democracia sólo puede traer resultados negativos en la guerra contra Sendero.
Si el Gobierno a que se enfrenta Sendero renuncia a la legitimidad democrática, deja de lado el arma política más poderosa que tiene para enfrentarse a los insurrectos: el que mientras uno se apoya en los votos y la ley, el otro lo hace en la intimidación y el terror. Esa diferencia se traduce a largo plazo en ganancias y pérdidas muy concretas.
Por otra parte, los movimientos comunistas, especialmente los maoístas, han demostrado históricamente una mayor capacidad para crecer bajo dictaduras sangrientas que bajo democracias. Samuel Huntington, el eminente politólogo norteamericano, desarrolló una suerte de axioma: las democracias nunca son derrocadas por una insurrección guerrillera. Generalmente son derrocadas por golpistas. Eso pasa aquí.
Por último, el golpe de Estado se produce cuando Sendero enfrentaba una crisis de crecimiento político, y no atinaba a plasmar una política de captación de masas que le diera cuerpo a su pregonado diagnóstico de encontrarse en el equilibrio estratégico con el Estado peruano. El desarrollo del llamado frente único senderista (el instrumento para captar masas simpatizantes) hasta ahora ha sido un fracaso. Pero el Gobierno de facto, que empieza a perseguir a los partidos políticos y cierra canales de expresión legítimos y acrecienta la represión, entonces terminará arrojando a mucha gente en los brazos de Sendero.
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