Fascinante disparate
Barton FinkDirección, producción y guión: Joel y Ethan Coen. Fotografia: RogIr Deakins. Música: Carter Burweil. Estados Unidos, 1991. Intérpretes: John Turturro, John Goodman, Judy Davis, Michael Lerner, John Mahoney, John Polito. Estreno en Madrid: Pompeya, Benlliure, La Vaguada, Albufera, Colombias y (en versión original) Rosales.
Dos libérrimos cineastas, los hermanos Joel y Ethan Coen - con cuatro películas: Sangre fácil, Arizona Baby, Muerte entre las flores y ahora Barton Fink, que el año pasado se llevó la Palma de Oro en el festival de Cannes- se han ganado la celebridad en Europa, celebridad que contrasta con el desconocimiento de su obra en su propio país, donde sólo llega a insignificantes minorías, pero donde está poco a poco ganando terreno y levantando el avispero de controversias tan vivas como la que inició hace unas semanas el dramaturgo Arthur Miller, que vapuleó con ironía navajera el navajerismo de estos jóvenes cineastas.Con Barton Fink los hermanos Coen vuelven a dejar descolocados a sus espectadores con otra película incatalogable, que comienza de manera que crea unas expectativas que de improviso se ven trastocadas, mientras a mitad del metraje aparecen otras nuevas expectativas que llevan -el relato por donde uno menos se, lo pensaba. -El desparpajo con que los Coen confunden al espectador parece que no tiene límites. Hacen en la pantalla lo que les da la gana y como les da la gana. Gustarán a unos, y a otros no gustarán; pero su originalidad y su capacidad revulsiva no tienen discusión. Y esto, en medio del adocenamiento que invade al cine convencional de Hollywood, es casi una hazaña.
Esta vez la mala uva de los Coen va contra el Hollywood clásico, alguna de cuyas tradiciones ellos consideran fuente de su cine. En Barton Fink, la parodia del viejo, Hollywood adquiere tonos de sarcasmo e irreverencia, pues los Coen no distinguen entre tirios y troyanos y la emprenden contra todos: desde el grosero magnate Louis B. Mayer a la frágil presencia del escritor neoyorquino Cliford Odets durante su etapa de guionista a sueldo en Hollywood, pasando por otro vapuleo adicional contra William Faulkner, que también fue escritor mercenario de los estudios californianos.
En este marco iconoclasta, que parece ser el dominante en la película inicialmente -y que es la parte menos convincente de ella-, se produce de manera inesperada un giro de 180 grados en la orientación de la historia, que de improviso toma un nuevo y sorprendente rumbo. Es entonces, en medio de una violenta conversión del humor en horror y viceversa, cuando la singularidad de estos jóvenes cineastas se destapa y la pantalla vuela hacia arriba, hacia lo nunca visto.
Precioso vuelo imaginativo
Las escenas del siniestro hotel donde vive el protagonista y su relación con el extraño viajante de comercio son un precioso vuelo imaginativo que justifica las irregularidades de la película y hacen indispensable verla: cada imagen, cada una de sus obsesionantes reiteraciones y sus giros insospechados, son al mismo tiempo burlonas y terroríficas. Las miradas de Kafka, Groucho Marx y Hitchcock se funden con las de los Coen, y el revoltijo funciona de manera radical: uno se marcha echando pestes del cine o se queda clavado en la butaca sin resuello ni respuesta contra aquella magnífica agresión a los ojos.
Los Coen son juguetones empedernidos, y esta vez juegan a su antojo. Les ayuda a mantener en, pie su disparate el genio de dos actores maravillosos: John Turturro,y John Goodman, que hacen creíble uno de los dúos más asombrosos que se han visto últimamente en el cine.
Turturro ganó por este trabajo el premio de interpretación en Cannes, y Goodman debía haberlo compartido. Ambos son el segundo gran hallazgo de esta interesantísima y a ratos fascinante obra, por otra parte plagada de imprecisiones en el ritmo, que la hacen imperfecta. Pero su imperfección se esfuma ante la audacia y la originalidad de lo que le rodea.
Babelia
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