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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dubuffet, el arte en bruto

Han transcurrido más de 15 años desde que la Fundación Juan March, en Madrid, realizara en 1976 la primera muestra individual de Jean Dubuffet (El Havre, 1901, París, 1985), sin duda uno de los más relevantes artistas europeos de las últimas cinco décadas. Tres lustros es un tiempo más que suficiente para que, habiéndose renovado completamente él paisaje antropológico de un país, se vuelve a exhibir la obra de un artista fundamental y muy influyente en nuestras mejores vanguardias de posguerra, pero, además, la actual exposición es comparativamente mucho más completa, pues consta de casi 200 obras extraordinariamente bien seleccionadas entre lo que produjo el artista normando en sus mejores momentos, que van desde comienzos de los cuarenta hasta los sesenta.Aunque en 1942 Jean Dubuffet tenía 41 años, fue sólo a partir de entonces cuando tuvo claro lo que quería hacer y, asimismo, sólo a partir de entonces lo hizo con apasionada convicción. No es que fuera una vocación tardía, ya que se había inscrito como alumno de la Escuela de Bellas Artes de El Havre en 1916, pero, a pesar de demostrar un decidido interés por el arte siendo apenas un adolescente y de haber pugnado por realizarse como pintor desde entonces, Dubuffet supo esperar a tener algo que decir, lo que constituye una soberana lección de verdadero creador para los precipitados tiempos que corren en la actualidad.

Jean Dubuffet

Fundación La Caixa. Serrano, 60. Madrid. Hasta el 25 de abril.

En la presente retrospectiva se alude con inteligente delicadeza a este episodio del voluntario retardo mediante una pequeña y significativa selección de obras anteriores a los años cuarenta, muy oportunamente etiquetada como la prehistoria del artista, como también la exposición concluye con un ejemplo, bastante hermoso por cierto, Nunc stans (1965), donde se nos indica la trayectoria de los últimos 20 años, comparativamente más débil. El grueso, en cantidad y calidad, de lo exhibido se refiere, no obstante, a los mejores años de Dubuflet.

Y estos 20 años, que, desde los 40 a los 60, curiosamente confunden las fechas del siglo, con las de la propia vida del artista, que no en balde nació cuando aquél acaba de comenzar, lo que supone un solapamiento de la madurez histórica secular y de la personal, son fundamentales y emocionantes, tanto si los consideramos desde el punto de vista de la evolución general del arte europeo como si los hacemos desde la biografía creadora de Dubuffet, cuya obra alimentó fantásticamente las más interesantes vías contemporáneas, ya fuera la del informalismo matérico como la de la figuración expresionista que luego protagonizaría el grupo Cobra.

Avanzar hacia atrás

Todo esto lo hizo Dubuffet, tras más de 20 años de silencio artístico, por esa vía regresiva con que la vanguardia ha alcanzado siempre sus metas más audaces: él, al fin y al cabo, un artista voluntariamente retardado, avanza decisivamente hacia atrás, conquistando esferas de significación que ya no aluden al arte prehistórico o al intemporal de los llamados primitivos actuales, vías ambas ya suficientemente exploradas por el cubismo y sus secuaces, sino al más primigenio e inaugural acto de expresividad que le es dado conocer al hombre, a ese acto soberano de expresividad infantil, aproximándose y confundiéndose con ese niño que embadurna excrementiciamente su propio cuerpo o las paredes o que dibuja rudimentarios monigotes, cargados de accidentes psíquicos en estado puro. Sí, ya sé que todo esto puede resultar muy teóricamente surrealista, y en este sentido conviene rememorar. ese bello pasaje del primer manifiesto surrealista en el que Breton identificaba la ebriedad creadora del niño, el loco y el insomne, pero, con todo, estos antecedentes no restan un ápice de poética violencia original a Dubuffet, que llega a ver, como nadie antes lo había hecho, el mundo en estado bruto.Es tal el grado de poética energía liberadora que llega a plasmar en la obra de los cuarenta y los cincuenta, que no sólo conserva todo su vital y refrescante fulgor medio siglo después, sino que, comparada con lo mejor que se hizo por esos años en todo el mundo, resiste soberbiamente sin que nada ni nadie la ensombrezca.

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