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¿Habrá Segunda República en Italia?

El autor analiza la "verdadera sarta de paradojas" en que se ha convertido la política italiana ante la jornada electoral del próximo 5 de abril, unas elecciones anticipadas que, en su opinión, pueden ser la "enésima tempestad en un vaso de agua" o el punto de partida de la Segunda República Italiana.

¿Cómo será en Italia la Segunda República? ¿Empezará su construcción de verdad el 5 de abril, con las elecciones políticas anticipadas, o, una vez más, estos comicios serán la enésima tempestad en un vaso de agua?Para poder contestar a estas preguntas hay que recordar que la política italiana es un aglomerado de contradicciones aparentemente extrañas. Una verdadera sarta de paradojas. Veamos.

En Italia, ningún partido es de derechas (a excepción de los neofascistas declarados). Tampoco existe ninguna corriente de derechas en el seno de los partidos. Algunas personas se proclaman de centro. Y, sin embargo, Italia es el único país europeo en el que la izquierda no ha gobernado nunca en esta posguerra.

Italia es el país en el que hay una coalición de Gobierno entre democristianos y socialistas, y son estos últimos, que constituyen precisamente la punta de diamante de la política, los que con su líder, Bettino Craxi, manifiestan una empedernida tendencia aliberal, populista, reaccionaria, que roza el peronismo, contra la autonomía de los jueces, contra la libertad de los periodistas, incluso contra los empresarios que no se doblegan a las razones de la nomenclatura partitocrática.

Es el país en el que los que realizan amenazantes proclamas contra el mal hacer del Gobierno, los que lanzan vibrantes protestas contra la ineficacia del poder público, son los cargos más altos del Estado. El ministro de Sanidad denuncia que los hospitales parecen más bien leproserías, el ministro de Justicia denuncia que la Administración de la justicia es un caos, el ministro del Interior denuncia que la ¡legalidad es una mancha de aceite cada vez más extendida y que la criminalidad organizada campa por sus respetos. Denuncian. Como si el Gobierno no fueran ellos. Como si quienes gobernaron, desde hace casi medio siglo, la Democracia Cristiana (DC), y desde hace 30 años, el Partido Socialista (PSI), fueran la oposición de izquierdas. O quizás el inerme ciudadano común.

Italia es el país en el que un presidente de la República, que ha sido siempre un político profesional y ha ocupado los cargos de subsecretario y ministro del Interior, y por tanto, responsable de los servicios secretos, lanza invectivas contra el régimen partitocrático, como si nunca hubiera tenido que ver con ese régimen.

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Italia es el país de la ingobernabilidad, de la máxima inestabilidad, dado que los Gobiernos duran menos de 12 meses como promedio. Pero el Gobierno son siempre esos dos partidos, DC y PSI, y los mismos hombres.

Y para terminar, y. sobre todo, Italia es el país de la privatización más desenfrenada, aunque las estadísticas afirmen que ningún otro país occidental tiene una tasa tan alta de propiedad estatal y pública: los bienes públicos, en realidad, son dominio privadísimo de las secretarías democristianas y socialistas, y como tal (como cosa nostra) están administradas. Con resultados trágicos a pesar del perfil de eficacia y legalidad. Italia, en resumen, es el único país en el que existe algo parecido a la nomenclatura de Europa oriental, aunque el partido-Estado se llame Democracia Cristiana / Partido Socialista.

Este sistema de nomenclatura partitocrática democristiana / socialista (que en numerosas regiones del país se entremezcla con la criminalidad organizada) atraviesa desde hace varios años una crisis profunda. El país se ha fraccionado en dos partes, el norte y el sur, más de lo que ya lo estaba históricamente. Aumenta el consenso hacia la DC y el PSI en el sur gracias a una política de clientelismo, basada en contratas falsas, en mordidas, en concesión de empleos de favor y falsos certificados de invalidez. Votos comprados, en pocas palabras.

En el norte, en donde la sociedad civil es más rica, más autónoma, la corrupción democristiana y socialista, y el consiguiente mal funcionamiento de los servicios públicos, ha provocado la rebelión. Ha surgido en primer lugar la Liga Lombarda y, posteriormente, otras ligas regionales. Su ideología es pobre y elemental, y muchas veces con acentos racistas. Pero como son los únicos creíbles por su alejamiento de la partitocracia, consiguen un consenso cada vez mayor. La izquierda, o sea, el Partido Comunista, ha cambiado de nombre, se ha transformado en el Partido Democrático de la Izquierda (PDS), pero en realidad no ha cambiado ni de política ni de dirigentes. Y sigue soñando en la unidad con los socialistas, como si éstos no fueran ya la avanzadilla de la nueva derecha aliberal.

Crisol de paradojas

Es de este crisol de paradojas del que deberá nacer en Italia la Segunda República. Pero la dificultad radica en el hecho de que las. apuestas son numerosas, contemporáneas. Se trata en realidad de elegir entre la actual partitocracia y un regreso de los partidos a su función constitucional. Y es aquí en donde tenemos, por una parte, democristianos y socialistas; por otra, las Ligas, los ambientes liberales (la izquierda en sentido anglosajón, el presidente Francesco Cossiga, o el PSI), que oscila y oscila en casi todo). Pero, además, se trata de elegir entre una Segunda República de corte populista o, por el contrario, de corte radical europeo, y en la primera opción Cossiga se encuentra flanqueado por el socialista Craxi, por el fascista Fin¡, por el leguista Bossi, contra la izquierda y una parte de la DC (Mario Segni), que prefieren la segunda solución.

Se trata también de elegir entre una política de privatización a lo Thatcher u otra de relanzamiento no estatal del Estado de bienestar, y las tomas de posición se complican (y contradicen) posteriormente.

En las elecciones, por tanto, las listas con posibilidades de representación en el Parlamento llegarán a ser, más o menos, veinte. El primer ministro, Giulio Andreotti, amenaza con el riesgo de un Parlamento a la polaca, para que los electores elijan .la continuidad. Una continuidad, ante todo, estancada, y que alejaría a Italia de Europa.

Paolo Flores d'Arcais es director de la revista Micromega y editorialista de La Repubblica.

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