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Convergencia y vasos comunicantes

El autor analiza las posibilidades que tiene España de cumplir, antes de 1997, las condiciones de convergencia impuestas por la Unión Económica y Monetaria Europea. La política monetaria no puede seguir actuando por sí sóla y tiene limitado su margen de maniobra. Se necesita un mayor esfuerzo en política fiscal, reformas estructurales y más flexibilidad en el mercado de trabajo.

Desde la reciente cumbre de Maastricht ya sabemos que antes de finales de 1996 la economía española va a tener que pasar un examen de aptitud para saber si cumple los mínimos requisitos de salud económica necesarios para pasar a la etapa tercera de la Unión Monetaria Europea en 1997, en la que los tipos de cambio pasarán a ser fijos entre todas las monedas de los países miembros y un nuevo Banco Central Europeo independiente gestionará la política monetaria de la CEE.El examen se compone de cuatro pruebas. En la primera, hay que demostrar que durante un año antes del examen el índice de precios al consumo (IPC) no ha superado en más de un punto y medio la media del de los tres países miembros con menos inflación. En la prueba posterior hay que demostrar que el déficit de todas las Administraciones públicas (Estado + organismos autónomos + Gobiernos autónomos + corporaciones locales) no excede del 3% del producto interior bruto y que el total de la deuda acumulada de dichas Administraciones públicas no excede del 60% del producto interior bruto. En la tercera prueba se va a comprobar si la peseta ha sido capaz de mantenerse dentro de los márgenes de la banda estrecha, sin grandes tensiones, durante los dos últimos años antes del examen. Grandes tensiones significa no haberse devaluado a instancia propia y en términos de paridades centrales frente a ninguna otra moneda del mecanismo de cambios. La última prueba consiste en demostrar que durante el año anterior al examen los tipos nominales de interés de las obligaciones a largo plazo no han superado en más de dos puntos los tipos de interés a largo plazo de los tres países con menores tipos. Aunque no se incluirá como prueba de examen, también se mirarán los saldos por cuenta corriente y los costes laborales unitarios para mejorar nota.

Sólo cuatro años

Si hoy mismo se presentase la economía española a dicho examen no pasaría más que la prueba de la deuda pública pero estaría aún lejos de un aprobado en la prueba del déficit público, es decir, llegaría a superar solamente media prueba de las cuatro necesarias. Esto significa que sólo nos quedan cuatro años para conseguir converger y acercarnos a los requisitos mínimos establecidos y poder superar el examen. A este proceso es a lo que se llama convergencia, y, en breve, nuestro Gobierno tendrá que presentar un plan a la CEE explicando qué es lo que va a hacer en estos cuatro escasos años para conseguirla.

Pues bien, el problema de dicha convergencia es que no va a ser nada fácil conseguirla, por la sencilla razón de que hay que reducir los cuatro desequilibrios en paralelo, ya que, al estar todos ellos interrelacionados no se puede ajustar uno sin que se afecte a los demás. Es como si se tuviese que trabajar con un líquido en un sistema de vasos comunicantes. Éste es un símil excesivamente burdo y poco exacto pero tiene la suficiente fuerza expresiva como para intentar utilizarlo para explicar gráficamente el mecanismo de convergencia. Por ello, advierto al lector experto que sea benévolo con la elección del símil, ya que su excesivo simplismo no le permite, entre otras lagunas, tener en cuenta ni el factor tiempo ni el factor secuencial, ni la posibilidad de que unos niveles aumenten más que otros, pero supedito estas carencias al dicho tradicional de que "una imagen vale más que mil palabras".

Supongamos, como muestra la figura adjunta, que los cuatro requisitos mínimos de convergencia señalados anteriormente están representados por un líquido en un sistema de vasos comunicantes. El primer vaso representa el nivel de inflación (P); el segundo, el tipo de cambio (E); el tercero, el nivel de tipos de interés nominales (R), y el cuarto, el nivel de déficit público y de deuda pública sobre PIB (G). El único vaso comunicante diferente es el del tipo de cambio (E), que está taponado, ya que la peseta tiene un límite máximo (y otro mínimo también) exógenamente impuesto por su pertenencia a las bandas del mecanismo de cambios del SME. Los niveles actuales no coinciden con los exigidos en 1997 salvo en el tipo de cambio, siempre que se mantenga en la banda.

Sobre este sistema de vasos comunicantes se puede actuar con tres tipos de políticas económicas: dos que actúan sobre la demanda, la monetaria y la fiscal, y otra que actúa sobre la oferta, la de reformas estructurales. Ahora bien, cada tipo de política económica interviene de una manera diferente sobre los niveles de líquido del sistema.

La política monetaria, que es la que se viene utilizando casi en exclusiva hasta ahora, actúa presionando hacia abajo el líquido mediante la utilización de un émbolo que se puede aplicar a cada uno de los tres primeros vasos.

El objetivo primordial de la política monetaria ha sido ser lo suficientemente restrictiva como para reducir la tasa de inflación, sin por ello hacer que la peseta se saliese de las bandas de fluctuación impuestas por el SME. El resultado no ha sido muy eficaz, especialmente desde nuestra entrada en el SME. Desde, 1986 hasta 1991, es decir, en seis anos, se ha logrado reducir la inflación en tres puntos, pero en los casi tres últimos años de nuestra pertenencia al SME sólo se ha conseguido mejorar en un punto. La razón está en que la política monetaria actúa aplicando un émbolo al vaso P y presionando hacia abajo, con lo que se consigue que el nivel de precios descienda hasta el nivel deseado. Pero la reducción del nivel de precios hace que suban los niveles de los demás vasos. Como el nivel del líquido en el vaso del tipo de cambio (E) no puede subir porque está taponado, sube en mayor proporción el nivel de tipos de interés (R) y, a través de su impacto sobre la carga de intereses de la deuda pública, el nivel de déficit público (G).

Política monetaria

Si el émbolo de la política monetaria se aplica al vaso R para reducir los tipos de interés y su nivel desciende hasta el objetivo deseado, el nivel del tipo de cambio (E) no puede subir más (ni bajar tampoco) por estar sometido a los límites de las bandas, con lo que se presiona en mayor medida hacia arriba el nivel de inflación (P), y posteriormente este aumento de la inflación termina por aumentar el nivel de G, aunque inicialmente tienda a bajar. Igual pasaría si, hipotéticamente, puesto que es poco probable, el émbolo monetario se aplicase al vaso E, lo que supondría una devaluación de la peseta, ya que sólo se conseguiría que suba el nivel de precios (P). Al subir éstos, después subiría el de los intereses (R) y finalmente el déficit público (G).

Es decir, la política monetaria, especialmente por los límites impuestos por el SME, no puede conseguir por sí sola la convergencia, ya que logra reducir unos ,niveles o desequilibrios haciendo aumentar otros. Necesita, por tanto, ir acompañada de otras políticas para ser más eficaz.

La política fiscal actúa, por el contrario, añadiendo o extrayendo líquido a través del vaso fiscal G. Cuando aumenta el gasto público se añade o vierte más líquido en G, lo que hace subir el nivel de todos los vasos, es decir, hace subir los precios (P), el nivel de tipos de interés (R) y, finalmente, también presiona hasta el límite al nivel del tipo de cambio (E). Cuando, por el contrario, se reduce el gasto público, se extrae líquido y todos los niveles tienden a bajar. Es decir, una política fiscal restrictiva que reduzca fuertemente el gasto público podría, en principio, conseguir la convergencia por sí sola.

Ahora bien, intentar conseguir la convergencia sólo como política fiscal puede suponer un gran sacrificio para el país ya que exigiría una dramática reducción del gasto -de varios puntos de PIB-, lo que puede no ser el medio más adecuado, sobre todo cuando aún son necesarias amplias mejoras e inversiones en las infraestructuras de transportes, comunicaciones y suelo industrial, o en el sistema de educación y formación, o en investigación y desarrollo, etcétera, que pueden hipotecar parte de nuestro futuro crecimiento. Es decir, la política fiscal tampoco debe intentar la convergencia en solitario ya que el esfuerzo puede ser desproporcionado en relación a los resultados a conseguir, además de que es menos eficaz que la política monetaria como instrumento antiinflacionista.

Esta política de oferta actúa también de una manera diferente a las anteriores. No incide directamente sobre el líquido de los vasos comunicantes, bien presionándolo o extrayéndolo, es decir, sobre el contenido, sino sobre el continente, es decir, sobre el mismo vidrio de los vasos comunicantes. Cada reforma estructural que se lleva a cabo tiende a ensanchar el diámetro de cada vaso, con lo que también contribuye al descenso de los niveles de líquido de cada uno de ellos.

Reformas estructurales

Una mayor movilidad laboral, un sistema más flexible de contratación y despido laboral, un sistema menos concentrado y más moderado de negociación colectiva, de un lado, y unas reglas mucho más estrictas de competencia, de otro, ensanchan el vaso P y hacen bajar el nivel de precios. Una mayor competencia y desregulación del sector financiero, que ya está en marcha con el nuevo mercado único financiero europeo, ampliará el diámetro del vaso R haciendo bajar el nivel de intereses.

Una reforma de la Administración pública y, especialmente, de los sistemas de cobertura de seguridad social, empleo y sanidad, evitando el fraude masivo existente en cada uno de ellos y una política de privatizaciones, tenderán a ensanchar el vaso G y a reducir el nivel de déficit público, sin necesidad de sacrificar, como en el caso anterior, la inversión pública.

En definitiva, si se aplican estas tres políticas conjuntamente y se deja que la política monetaria pase a ocupar un papel secundario, y no predominante como ahora, centrándose exclusivamente en mantener la peseta dentro de las bandas establecidas por el SME, se conseguirá la convergencia antes de 1997, con relativa facilidad y sin traumas. Si nos empeñamos en seguir, como hasta ahora, centrando la convergencia en la política monetaria, tenemos muchas probabilidades de no conseguirla nunca. Por ello, es fundamental que el plan de convergencia del Gobierno incida especialmente en una sustancial reducción del gasto público y en las importantes reformas estructurales que aún están por realizar en el mercado laboral y en las Administraciones públicas.

es presidente del Consejo Superior de Cámaras de Comercio.

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